Fundación Andreu Nin (Asturies) |
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Hubo un tiempo, y un lugar, en los que la esperanza por la posibilidad de otra sociedad mejor fue algo más que un sueño. Ese posible mundo se vio encarnado en aquellas personas que militando en la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y en el POUM ( Partido Obrero de Unificación Marxista) lucharon, con aciertos y errores, para que el «hombre dejase de ser un lobo para el hombre», intentando, así, enmendar la plana a Thomas Hobbes. De la primera se cumplen cien años el próximo noviembre y del segundo setenta y cinco en septiembre. Ambas organizaciones escribieron páginas de gloria por la emancipación y la justicia social. Desde perspectivas ideológicas distintas, pero a mi juicio complementarias. Lo que permite estar de acuerdo con lo dicho por el profesor Fernández Buey: «? los motivos de fondo que enfrentaron a marxistas y anarquistas durante la guerra civil española? no tienen (actualmente) sentido». En aquel tiempo, tal vez sin ser conscientes, los motivos no eran tan dispares. Fue el tiempo de un sueño en un mudo mejor, un sueño ahora dormido, que no muerto.
El lugar, La Felguera, en Langreo. Pueblo, por aquel tiempo, laborando en la siderurgia y en el que los obreros de la entonces Duro Felguera, allá por el año 1902, pagando 25 céntimos mensuales, llegaron a fundar el Centro Obrero «La Justicia», siendo, el mismo, en aquella época un referente en las luchas obreras. A partir de 1910 se adhieren a la central anarcosindicalista CNT. De esta central sindical, decir que el 26 de agosto de 1976, se celebró en la Sala de Fiestas Manacor, de La Felguera, a las siete de la tarde, el primer mitin de la CNT en España después de la larga noche franquista. Todavía no estaba legalizada. Intervinieron Manuel Fernández Cabricano, Aquilino Moral, Ramón Álvarez Palomo, José Luis García Rúa y Eduardo Prieto. El lema del evento fue: «¡Felguerinos! ¡Asturianos! ¡A nuestros hombres el honor que merecen!».
Sobre la central anarcosindicalista no comentaré, por sabido, que fue y quienes fueron sus hombres y mujeres, tanto en La Felguera como en el resto de España. Me ocuparé, muy brevemente, del POUM. Partido marxista y comunista de fuerte implantación en Cataluña y con extensiones en Asturias, sobre todo en Gijón, Mieres y La Felguera. El POUM criticó lo que consideraba la degeneración burocrática y totalitaria de la revolución rusa de la mano de Stalin. El estalinismo de la época, en mi opinión una excrecencia del comunismo, persiguió con saña a los poumistas, así como a los anarcosindicalistas, y acabó con la vida de Andreu Nin en Alcalá de Henares. Era el año 1937.
Ahora, después de setenta y cinco años, parece que su lucha y resistencia no cayó en el olvido. El miércoles 5 de mayo, a las 19.15, se presentará, en la Casa de la Cultura «Alberto Vega» de La Felguera, el Colectivo «Fundación Andreu Nin» del Valle del Nalón.
Langreo parió hombres y mujeres que en el amplio abanico de la izquierda destacaron por su dignidad y honradez. Muchas de esas personas dejaron la vida en el empeño de luchar por un mundo mejor. A ellas, es a las que el Colectivo mencionado quiere rendir homenaje y recuerdo en la andadura que comienza. El futuro colectivo es o intenta ser una aportación a la «otra memoria histórica» -hoy en el olvido- de las mejores tradiciones de la izquierda. Y La Felguera ocupó un lugar preferente y protagonista en esa tradición de la izquierda emancipadora.
2 de Mayo de 2010, JAVIER GARCÍA CELLINO
Recientemente, durante un paseo literario organizado en La Felguera con motivo del Día del Libro, uno de los asistentes dijo que ya no quedaban restos de ninguno de los cines que habían servido para hacer más feliz nuestra infancia y que, por tanto, esa pérdida irreparable era una forma más de acercarnos a una memoria en blanco, a un espacio desierto cuyos límites están señalados por el agujero insondable y húmedo del olvido.
Estas atinadas palabras ponen de relieve la necesidad de combatir una tendencia interesada y reduccionista, tan de moda últimamente, según la cual vale más no remover la tierra, no sea que despertemos a sus muertos.
Y puestos a hablar precisamente de muertos, a buen seguro que nuestra Guerra Civil puede presentar una abundante colección de cadáveres que se perdieron por desmontes, cunetas y otros lugares más o menos abruptos de nuestro territorio. Y sin duda que entre tantos cuerpos como se apilan bajo tierra hay quienes tienen un doble orificio de entrada, pues en estos casos las municiones fueron disparadas con la misma alevosía por fascistas y totalitarios o, dicho de otro modo, por quienes defendían la sagrada unidad de la patria y los que hicieron de su patria una unidad sagrada contra cualquier tipo de disidencia.
Precisamente, de quienes tuvieron que soportar esa doble carga física y moral está hecha la historia del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que fue creado en Barcelona en 1935, en un período crucial de la II República, el comprendido entre el movimiento revolucionario de octubre de 1934 y la sublevación militar del 18 de julio de 1936 que causó el inicio de la Guerra Civil.
Hablar del POUM es referirse a una historia de la infamia (quienes mostraban alguna discrepancia eran inmediatamente acusados de ser agentes imperialistas), la de tantos revolucionarios que criticaron la degeneración burocrática y totalitaria de la revolución rusa de la mano de Stalin -el POUM fue el único partido que condenó los Procesos de Moscú en su periódico «La Batalla»- y que, por ello, en el mejor de los casos -las purgas estalinistas dejaron incontables cadáveres a su alrededor- fueron torturados, desterrados o condenados a todo tipo de trabajos ignominiosos.
Su enemistad con la burocracia rusa compromete las relaciones de la República con su principal proveedor de armas y suministros en la guerra: la Unión Soviética, por lo que la posición de fuerza de Stalin hace que, finalmente, el POUM, con la oposición de la CNT, sea expulsado del Gobierno: Joaquín Maurín había sido elegido diputado para las Cortes de la República en las elecciones de febrero de 1936 y Andreu Nin -secuestrado después «misteriosamente»- fue consejero de Justicia de la Generalitat de Cataluña.
La Fundación Andreu Nin es consciente de que sigue siendo un imperativo político la reivindicación, sin dogmatismos, de quienes defendieron el honor del socialismo frente al fascismo y al estalinismo. Y, por ello, entre sus objetivos se encuentra el combatir la herencia y las consecuencias del totalitarismo en cualquier lugar del mundo y en todas sus manifestaciones. De ahí el acto que el próximo miércoles, día 5 de mayo, a las siete y cuarto de la tarde, se celebrará en la Casa de la Cultura «Alberto Vega» de La Felguera. A fin de cuentas, somos nuestra memoria, ese montón de espejos rotos...
Recuerdo a Gisela como una leona, territorial y dura de pelar. Cuando aquellos mozalbetes que éramos hace más de cuarenta años íbamos por su casa a ver a José Luis García Rúa, nos ponía un careto de no te menees. Pensaría con todo derecho: «Ya están aquí estos gañanes que lían al mi hombre»... Nosotros no teníamos nada que perder salvo «las melenas» y José Luis tenía un par de críos guapísimos que sacar adelante. Hacía poco que se habían mudado de Pedro Menéndez, detrás del Grupo Escolar Jovellanos, a Magnus Blikstad, frente a los Alsas. Estuviese donde estuviese la casa de Gisela y José Luis (como la de su madre, Pilar, en la calle del Príncipe), siempre era una casa abierta. En ella había un libro, una respuesta, un disco, una idea nueva o un plato de cocido para quien necesitase alimentarse. A José Luis ya lo habían echado, por «desafecto al régimen de Franco», de la Universidad de Oviedo, en donde impartía Latín, y de la Escuela de Comercio de Oviedo, donde daba clases de Alemán. Se ganaba la vida dando clases particulares en su casa y en la academia GCP, al principio de la calle Uría. Recuerdo que, durante una buena temporada, me dio por ir a buscarle a la salida y acompañarle hasta su casa. Íbamos charlando, Rúa tiraba de su bicicleta y alguna vez me decía: «Sigue caminando; nos vemos más allá». Él se paraba ante un escaparate y yo seguía para adelante. El asunto era que nos habíamos cruzado con Pedrosa, Novoa, «El Gitanu» o algún policía de la Brigada Político Social.
Me acuerdo de un estado de excepción (creo que era a principios del 69), en que José Luis estuvo varios días detenido. Siguiendo las órdenes de Claudio Ramos, jefe de la Policía política de Franco en Asturias y que siempre que tenía ocasión se jactaba de «haber echado a Rúa de Oviedo», fueron a por él a su casa de madrugada. A la noche siguiente algunos rapazones de las Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (CRAS) salimos con unas tizas de colores a pintar todo Gijón: «Rúa detenido», «Rúa preso», incluso «Rúa reprimido» (aquello, en plena recuperación de Wilhelm Reich por el Mayo Francés, trajo su coña). Incluso algún desmadre en la fachada de un banco de La Acerona: «Banqueros del mundo uníos, tenemos pocas bombas para acabar con vosotros»... Genialidad, dadas las circunstancias muy inoportuna, escrita por alguien que un lustro después sería un cuadro del reconciliador PCE. Bueno, a lo que iba: en ese estado de excepción, con José Luis en los calabozos de Cabrales, Gisela se presentó en Comisaría con un crío en cada mano y le montó un buen número a la Policía política de Franco. Gisela tuvo que aguantar los insultos y amenazas de aquellos que hacían su trabajo con tanto celo y dedicación... Tanto que muchos de ellos, únicos beneficiarios de la ley de Amnistía de 1977, continuaron haciendo «carrera» en la Policía democrática, y perdón por la incongruencia.
Lo cierto es que Gisela, como todas las mujeres de los militantes antifranquistas y anticapitalistas de aquella época, se llevaba la peor parte: sacar la casa adelante y a los hijos, con el padre preso, detenido o despedido. Los tíos hacían lo que querían; cierto que con peligros grandes: la Policía disparaba con frecuencia al «aire de los pulmones»; detenciones arbitrarias, torturas, prisión y todo lo que se quiera..., pero, insisto, hacían lo que querían y entendían que debían de hacer. Sus compañeras eran las que realmente lo pasaban mal.
Hace poco menos de diez años, Gisela y José Luis habían comprado un piso en la calle San Rafael y ambos tenían en la cabeza pasar largas temporadas aquí. La represión y persecución franquista les había echado de Gijón en 1971, donde Rúa no encontraba trabajo. Le ofrecieron uno en la Universidad Laboral de Córdoba, se fueron al Sur y hasta allí llegaron la persecución y las dificultades. En menos de un curso ya le habían expulsado de la Laboral y del Instituto Séneca. En el curso 1972-73 comenzó a dar clases de Historia de la Filosofía en el Colegio Universitario Santo Reino de Jaén, y en 1975 José Luis pasa a la Universidad de Granada, donde le ganó en Magistratura un contencioso al Estado, quedándose definitivamente como profesor adjunto titular de Historia de la Filosofía.
Desde que Gisela le acompañara en 1958 a Gijón, de vuelta de su Lectorado de Español en la Universidad de Maguncia (Alemania), en la que había estado ejerciendo durante tres años, aquella valiente mujer no dejó de pelear y de acompañar a José Luis en sus decisiones. Él había encontrado al regresar a su tierra natal un grupo de gente por la que decidió dejar su puesto de profesor adjunto con Tovar en la Universidad de Salamanca y, también, aquella plaza de lector en Maguncia. En Gijón se quedaron Gisela y José Luis, y algunos nunca se lo agradeceremos lo suficiente.
Ahora, este piso de Ceares apenas pudieron disfrutarlo porque Gisela llevaba varios años con problemas serios de salud. Su enfermedad la hizo sufrir, y también le dio a José Luis la oportunidad de cuidarla con auténtica devoción, devolviéndole el afecto y la dedicación que ella le dio toda su vida.