Fundación Andreu Nin (Asturies) |
![]() |
---|
La frase “El sistema de enseñanza es la enseñanza del sistema” puede resumir el contenido de su ponencia sobre la repercusión de la globalización neoliberal en el sistema educativo.
“Un viejo proverbio enseña que mejor que dar pescado es enseñar a pescar. Eso está muy bien, muy buena idea, pero ¿qué pasa si nos envenenan el río? ¿O si alguien compra el río, que era de todos, y nos prohíbe pescar? O sea: ¿qué pasa si pasa lo que está pasando?” Esta sentencia de Eduardo Galeano sirvió como presentación de la ponencia de Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de Pedagogía de la Universidad de León.
En su exposición Díez Gutiérrez dio un breve repaso a su publicación “La globalización neoliberal y sus repercusiones en la Educación”. Comenzó afirmando que “la globalización nos educa, pero no somos conscientes”. Tres ideas-fuerza sostienen esta teoría económica: el mercado, la propiedad privada y la ineficacia del Estado. En ese contexto, Gutiérrez aseguró que “aunque la Escuela siempre se ha declarado neutral, en realidad transmite lo que se está viviendo, con su colaboración o con su silencio cómplice”, para pasar a afirmar a continuación que “el sistema de enseñanza es, en realidad, la enseñanza del sistema”.
Pasó a desarrollar una síntesis del contenido de su libro, que dijo está dividido en dos partes básicas: un análisis de la globalización neoliberal y las alternativas posibles al modelo.
La globalización neoliberal
Este sistema económico en que vivimos elude y oculta a los beneficiados de la globalización, pero también a quienes la sufren. Para dar una idea de algunos de sus efectos, Gutiérrez aportó el dato de que un niño de Indonesia habría de trabajar 100.000 años para alcanzar el sueldo de un año de un ejecutivo de NIKE para quien trabaja. La globalización en realidad es la expresión de la hegemonía de los EEUU y supone la prolongación del colonialismo de Occidente en todo el mundo. Sus secuelas son evidentes: “Dos mil niños y niñas mueren diariamente en el mundo por efecto de las armas de fuego”, dijo, para expresar su preocupación por que el modelo consumista occidental se esté trasladando a países como la India.
Pasó a enumerar los mitos que circulan sobre las bondades del mercado, como el de que éste nos trae la salvación, religión que se aplica a los pobres, pero recordó que los Bancos centrales de todo el mundo están insuflando miles de millones de dólares (dinero que es de todos los ciudadanos y ciudadanas) para salvar, en estos momentos, a los bancos en crisis. Otra de las consecuencias más relevantes de la globalización neoliberal es el proceso de privatización, pues el capitalismo, per se, necesita expandirse y, para ello, acumular cada vez más beneficios. En ese contexto, los derechos sociales de siempre se replantean bajo la denominación de “servicios de interés general”.
Consecuencias en la Educación
En el contexto antes descrito, las reformas educativas en todo el mundo siguen los dictados del FMI y del Banco Mundial, por lo que Educación ha de adecuarse a la práctica del mercado, convirtiendo a las escuelas en “empresas”. Se ha entrado, además, en una dinámica de sociedades fuertemente dualizadas, con un Estado mínimo para “garantizar algunos derechos sociales” y un Estado fuerte (como el que propugna en Francia Nicolas Sarkozy) para preservar las ganancias de las empresas y del capital en general. En este contexto de dualización social, los sistemas escolares, sobre todo en Latinoamérica, ofrecen escuelas para los grupos privilegiados de la élite y se impulsan, en contra de la evidente diversidad social y económica existente, sistemas educativos que ponen el acento en un currículum homogéneo.
Gutiérrez advirtió de la estrecha alianza existente entre las propuestas clásicas del neoliberalismo, que exige de los sistemas educativos calidad total y elevados niveles de competencia y excelencia académicas, y los nuevos conservadores (‘neocons’) que defienden insistentemente que el aparato escolar se dote de mayores niveles de exigencia. Retomando la cita de Max Weber, referida a una especie de “ética protestante” que adorna el capitalismo, Gutiérrez advirtió que se considera que el fracaso escolar depende de la mayor o menor dosis de esfuerzo individual que aportan los escolares. En ese sentido, “el fracaso reproduce la diversidad de clases sociales presentes en la escuela”, dijo, y en ese contexto se considera al mal alumno como causante del problema del fracaso escolar. Incluso se ha acuñado un término, el de “objetores escolares”, para definir a aquel sector del alumnado que no se acomoda a las normas que exige la institución educativa.
Díez Gutiérrez, que considera que la estructura que se da en la Educación Infantil, con niños y niñas que trabajan en “rincones”, en centros de interés, está muy alejada de la perversión que aqueja al resto del sistema educativo, puso el acento en los males que afectan, sobre todo, a la enseñanza secundaria. Con respecto a este nivel educativo, utilizando la metáfora “separar el trigo limpio”, dijo que las estructuras existentes reproducen la idea de que hay que volcar esfuerzos en quienes quieren estudiar, por lo que se insiste como norma en el culto al rendimiento y la eficacia y, para ello, hay que proceder a separar al alumnado en grupos homogéneos, por lo que la tentación de desembarazarnos del alumnado menos competente pedagógicamente está servida. En este sentido, y haciendo alusión a la Ley de Educación de Cataluña, aportó varios artículos de este texto que caminan por la senda de los criterios neoliberales aplicados al hecho educativo, con una lógica de mercado en que se prima una gestión jerárquica y empresarial. En concreto, aportó un artículo de este texto en el que, más o menos literalmente, se dice que “la segregación económica puede aportar beneficios a los alumnos más aventajados”. Y es que, recordó el profesor Gutiérrez, “la globalización ha colonizado el sentido común”· Se ha entrado en una dinámica de convertir a la Educación en un mercado educativo sostenido con fondos públicos pero que potencia la educación privada de algunas élites, por lo que, afirmó, “la Educación ya no es una institución que propicie la igualdad de oportunidades”.
En ese marco de mercantilización del hecho educativo, aportó algunos ejemplos concretos. Un caso curioso: un IES de Asturias, que había establecido un convenio de colaboración con la mercantil COCA COLA, tuvo que soportar la penalización de esta firma comercial por permitir que un alumno acudiera a las actividades programadas vistiendo una camiseta de la rival PEPSI COLA.
Capitalismo académico
Este “capitalismo académico” llega hasta la Universidad, institución que está ligando su investigación no a los intereses de la sociedad en su conjunto, sino a los de los grupos empresariales que la financian. A la vista de la adecuación de esta Educación al mercado, se asimila la sociedad a una empresa, y eso ha tenido su repercusión en el languidecimiento evidente de los saberes humanísticos, que han desaparecido de los currícula escolares y universitarios, en aras de una filosofía de la eficacia que hace que las competencias mínimas básicas se hayan degradado, hasta el extremo de que hoy los títulos de Grado son inservibles, postergados por los títulos de postgrado (máster), sólo al alcance de unos pocos privilegiados. Se ha convertido la Universidad en una empresa más, algo que, dijo, incluso es defendido por el actual presidente del Gobierno, Zapatero, cuando en el ‘Foro de la Nueva Economía’, abogó por que las Universidades fueran “más empresas”. De ahí a que las autoridades públicas se desentiendan por completo de la financiación sólo media un paso.
Las alternativas
Ante el cuadro ante aquí descrito, el profesor Díez Gutiérrez sintetizó que las alternativas posibles pasan por “humanizar” el capitalismo, con el recurso a políticas neokeynesianas, o bien entrar en una dinámica postcapitalista, superando el actual modelo económico. “Es necesario cambiar el sistema”, enfatizó, y puso como ejemplos de que otros modelos educativos son posibles las experiencias que se están dando de comunidades de aprendizaje, las escuelas que ponen el acento en la educación auténticamente democrática y, en suma, en el necesario camino hacia una Educación inclusiva, intercultural y más humanizada.
Quienes me siguen , saben de mi querencia por Jesús Ibáñez, el revolucionario asturiano con un historial más interesante y a la vez también el más olvidado. De tal forma, que tengo el honor de haber ido sacando a la luz en estos años algunos datos inéditos sobre él.
En la «Semana Negra» de 2010 tuve la oportunidad de publicar su biografía en el libro colectivo «Los Olvidados»; pero como me limitaron el espacio a 10 folios, pueden suponer que se trata de un resumen. A pesar de ello es lo más extenso que se ha escrito hasta el momento sobre Ibáñez, aunque Paco Ignacio Taibo II anuncia ahora desde México que está trabajando en algo más serio. De cualquier forma, si ustedes tienen interés en leer lo mío, pueden encontrarlo en la página web de la Fundación Andreu Nin d´Asturies.
Les cuento esto para justificar por qué, de vez en cuando, ocupo esta tribuna contándoles cosas sobre el personaje, pero debo decirles que si no estuviese seguro de que les pueden resultar interesantes, no lo haría. A ver si les gusta el capítulo de hoy.
Jesús Ibáñez estuvo en todas las revoluciones de su época, entre ellas, lógicamente en el octubre de 1934 y, buscando siempre la primera línea, resultó herido. El 30 de octubre llegó a Mieres el ministro de la Guerra Diego Hidalgo Durán, al que se le había encargado la represión del movimiento armado y lo primero que hizo fue dirigir su coche oficial al Hospital de Sangre para preguntar por él. No estaba allí, porque ya había sido llevado a la Cárcel Modelo de Oviedo, pero lo que nadie podía suponer es que el político no quería otra cosa que saludar a un viejo amigo.
Lamentablemente Diego Hidalgo ha pasado a la historia porque tomó la controvertida decisión de ascender a general de división a Francisco Franco y luego contó con él como asesor militar a la hora de frenar la revolución de Asturias. El tiempo ha juzgado este error, pero no debe limitarnos la visión del personaje. Fue un intelectual, militante en el Partido Republicano Radical, con una vida consagrada al Derecho y un enorme interés por saber lo que pasaba en la Rusia bolchevique.
La curiosidad por comprobar lo que había de cierto en las informaciones que llegaban desde aquel país y un artículo sobre el Código Civil de los Soviets, publicado por el catedrático Pérez Serrano, que le intrigó, en su condición de notario y estudioso del Derecho, le impulsaron a viajar hasta allí, acompañado por su antiguo profesor de francés, para que le ayudase ante su dificultad con los idiomas. Los dos partieron hacia Francia en agosto de 1928 donde tuvieron que esperar casi hasta la desesperación los permisos para poder entrar en el país, a pesar tener la recomendación de varios miembros del Partido Comunista y de sus visitas diarias a la embajada soviética.
Diego Hidalgo contó su viaje en el libro «Un notario español en Rusia», escrito en forma de cartas a un amigo y lleno de reflexiones personales en las que se ve la contradicción que vivía en aquel momento entre su posición política conservadora y la simpatía por los revolucionarios. Como ejemplo, veamos esta referencia a su contacto con Joaquín Maurín: «Maurín es un joven inteligentísimo que estudia y trabaja con una asiduidad y una constancia bien poco frecuentes en nuestra raza latina, raza de genios, sí, pero de genios holgazanes?Maurín es uno de los hombres que más impresión me han hecho en la vida. ¿Voy a callármelo porque éste sea comunista?».
Cuando por fin pudo llegar a Moscú, vía Alemania y Polonia, Hidalgo se llevó la primera sorpresa al conseguir alojamiento en el Gran Hotel Moscova: un departamento amueblado lujosamente, con cuatro piezas: antesala, salón, con cinco ventanas a la Plaza de la Revolución, dormitorio y cuarto de baño y además barato. Él, que había hecho el equipaje con quinina, aspirina, heno de frutas, tintura de yodo, tafetán, agua de colonia, cordones para las botas, hilo para coser y todo lo necesario para visitar un país del que se decía que estaba en plena anarquía, sin contacto con el mundo civilizado, no tardó en preguntarse tras su primer paseo dónde estaban esos niños, que -según se contaba en las capitales europeas- pululaban por las calles, sin padres, hambrientos, como perros sin amo. Y así, pudo saber que, en efecto, la escena había existido tras la hambruna que estremeció el país en 1921, pero que luego fueron recogidos en asilos, escuelas y casas particulares, de modo, que en aquel momento sólo mendigaba, como aún sucede en todas partes, el mismo porcentaje de desarraigados que siempre rechazan su inclusión en el sistema.
La capital estaba entonces llena de intelectuales, a causa del centenario de Tolstoi, y entre ellos el periodista español Julio Álvarez del Vayo, con el que pudo entrevistarse. Un hombre que ya gozaba entonces de prestigio internacional y tendría una convulsa vida política, ya que también iba a ser ministro republicano, antes de evolucionar en el exilio hacia la extrema izquierda, hasta el punto de fundar en su vejez el FRAP, un movimiento que apostó por la lucha armada en los últimos meses del franquismo.
Pero, yendo a lo que nos interesa, una mañana, por fin, pudo conocer al que sería su guía: Jesús Ibáñez, al que describió como un hombre de figura menuda y cetrina, pero sonriente, cubierto con gabardina y boina. El de Mieres, abierto, no tardó en abrazarlo: «¡Ya era hora de que yo hablase el español con un español!». Y enseguida, tras contarle que acababa de regresar de unas vacaciones en el Cáucaso, tostado por el sol y fortalecido por el ejercicio, le acribilló a preguntas sobre la situación en la Península. Nada extraño, si tenemos en cuenta que ya llevaba en Rusia cuatro años.
El mierense vivía en una habitación del antiguo Hotel Comercio, un enorme edificio con ascensor y teléfonos, capaz de albergar a mil huéspedes, que había sido destinado desde el inicio de la revolución a residencia para las familias de funcionarios. Según el número de personas que integraba cada una, se les asignaban una o dos habitaciones, con cuarto de baño. La suya tenía el número 314 y en ella pasaba las horas traduciendo a Trotsky, en colaboración con Andreu Nin, junto al que acababa de terminar en aquellos días la versión del ruso al español del folleto «Mis peripecias en España», aunque su nombre -siguiendo la tónica que marcó su vida- fue ignorado en los créditos de las ediciones.
La sintonía entre ambos no tardó en producirse y Diego Hidalgo dio en su libro algunos detalles de la vida del asturiano: «sabe a la perfección el ruso y conoce palmo a palmo España entera, su vida es una terrible y ejemplar historia de trabajo, de hambre, de privaciones, de cárceles, de calvarios y amarguras, tiene en España a su mujer y a sus hijos y trabaja como traductor para vivir y poder mandar todos los meses unos rublos, convertidos primero en dólares y luego en pesetas para que coman los chiquillos».
Ibáñez les quiso enseñar todo: lo monumental y lo pequeño: subieron a la iglesia del Salvador para divisar desde el exterior de la cúpula una magnífica vista de la ciudad. Moscú había pasado de 800.000 habitantes en 1913 a 2.300.000 en aquel 1928 y les llevó a ver como se trabajaba día y noche haciendo casas para los obreros. Les habló de los cambios en la propiedad; de la estructura de la sociedad sin clases y la nueva familia; de que en el país de los soviets no había sitio para los vagos ni los señoritos; del orden y la cultura, y, mientras tanto, sonreía y fumaba, como los rusos, largos cigarrillos emboquillados.
También hubo tiempo para conocer a Korsunsky, un joven erudito que colaboraba en la redacción de la gigantesca Enciclopedia Soviética y deslumbró a Hidalgo con sus conocimientos sobre España, sobre todo cuando le dijo que estaba al día de las novedades porque leía diariamente «El Sol» y «El Debate». Fue imposible hacer más en tan pocas semanas: visitas a asociaciones culturales, deportes, contactos con gentes del Derecho soviético, políticos, el inevitable paso ante la momia de Lenin, incluso una detallada visita a un presidio que le permite conocer de cerca las diferencias con el sistema español. Tampoco faltó el teatro, popular y clásico, que Ibáñez le traducía al oído, y el notario español dejó constancia en su libro de la calidad de los actores, el respeto del público y el lujo de los decorados y los trajes de época.
Diego Hidalgo no olvidó nunca las agradables conversaciones sobre los temas más diversos con el revolucionario asturiano. Una noche, paseando por las calles en las que abundaban los restaurantes típicos y los lugares de diversión, le llamó la atención la ausencia de prostitutas y comentó que Gregorio Marañón le había encargado interesarse por el tema. Ibáñez se puso serio por primera vez y le explicó las bondades de la libertad sexual y la persecución de una actividad que se combatía en casas de reeducación, de las que se salía habiendo aprendido un oficio digno.
Ya en España, Hidalgo impartió varias conferencias sobre la organización y régimen del notariado en la Rusia de los soviets y estuvo entre los fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Luego, tanto Rusia como él, variaron sus caminos.