Artículos 2014

Las Alianzas Obreras y los orígenes del movimiento revolucionario de octubre de 1934

SinPermiso - Octubre, 2014 - Pello Erdoziain es Secretario de la Fundació Andreu Nin

 

Tras la crisis del primer gobierno republicano (la coalición republicano-socialista) y la llegada al gobierno, en 1933, de la colación radical-cedista, significativos sectores del movimiento obrero y popular fueron conscientes de la necesidad urgente de hacer frente a los peligros del fascismo, propugnando para ello el “frenteúnico obrero”, una estrategia que procedía del "frente único proletario" definido en el III Congreso de la Internacional Comunista (1921) como instrumento necesario para fortalecer la unidad de la clase obrera con el objetivo de impulsar el proceso revolucionario que condujese al triunfo de la revolución.

En el contexto de la II República fueron precisamente las dos organizaciones encabezadas, respectivamente, por Joaquín Maurín y Andreu Nin, el Bloque Obrero y Campesino (BOC) y la Izquierda Comunista (ICE), quienes retomaron con más impulso la consigna del Frente Único. De hecho, en la práctica, la proclamación de la Segunda República había sido considerada por muchos sectores obreros y populares como el inicio de una auténtica revolución. Por esta razón los comunistas disidentes recuperaron la estrategia de "frente único" obrero desde el momento en que consideraron que sólo la clase obrera era capaz de llevar a cabo las necesarias transformaciones revolucionarias. Lanzando la consigna de la Alianza Obrera se pretendía disponer de una primera plataforma propagandística que buscara el consenso definitivo entre la clase obrera para evitar el ascenso del fascismo.

Cuando en noviembre de 1933 se produjo la victoria electoral de las derechas, la reacción fue inmediata. El 9 de diciembre se daba a conocer el manifiesto constitutivo de la Alianza Obrera de Catalunya que firmaban representantes de todas las organizaciones obreras, excepto la CNT oficial y el minoritario Partit Comunista de Catalunya. Las razones que se esgrimían para la constitución de la Alianza Obrera era evitar cualquier intento de golpe de Estado que pretendiese instaurar una dictadura y para mantener las conquistas y derechos sociales.

Es evidente que se trataba de un organismo claramente defensivo, que pretendía unir esfuerzos a fin de evitar y de enfrentarse a la reacción de las fuerzas de la extrema derecha española. Pero, al mismo tiempo, se presentaba como un frente único de la clase trabajadora y se insistía en la necesidad de abandonar las diferencias que pudiesen existir desde el punto de vista doctrinario o ideológico entre las distintas tendencias preexistentes, a fin de acabar constituyendo un gran frente a escala estatal. A partir de entonces el reto que se presentaba era doble, extender el movimiento al conjunto del territorio republicano y conseguir que la CNT, por su papel sindical hegemónico, se sumara a la Alianza Obrera.

Para Maurín y Nin el futuro pasaba por ampliar el movimiento aliancista al resto del Estado. Convencidos que únicamente con la actuación de este Frente Único, la clase obrera podría conseguir tomar el Poder. Y advertían que de producirse un golpe de Estado irían a un levantamiento, no para sostener a los gobierno republicanos de Madrid y Barcelona, sino para que la clase obrera asumiera el Gobierno.

Cuando el día 1 de octubre el gobierno del radical Samper entró definitivamente en crisis y se planteó el ingreso de la CEDA en el nuevo gobierno presidido por Alejandro Lerroux, las alarmas acabaron activándose y pasaron a convertirse en una realidad. Joaquín Maurín lo expresó con mucha claridad, el día 4 de octubre, el mismo día en que se dio a conocer el nuevo gobierno en el que la CEDA pasaba a ocupar un lugar preeminente: "Ha llegado la hora de que la Alianza Obrera demuestre hasta donde puede llegar y todo lo que puede hacer. La situación es grave. La reacción se lanza a fondo y ataca decidida. Se ha constituido un gobierno Lerroux-Gil Robles que significa un avance considerable del fascismo; casi el fascismo".

Las consecuencias de la revolución de Octubre

El día 5 de Octubre de 1934 estalló la revolución asturiana que mantuvo en vilo al gobierno derechista de la  República y requirió  la intervención del  Ejército de África.  La revolución asturiana representaba una primera ruptura histórica que, por una parte, denunciaba el fracaso del reformismo republicano y, por la otra, ponía en evidencia los peligros involucionistas que desde la extrema derecha -y la propia derecha gobernante- se cernían sobre la II República.

Al entrar la CEDA en el gobierno acabó provocando lo inevitable; el PSOE –ya muy radicalizando- convocó una huelga general revolucionaria en todo el Estado, que se hizo efectiva el día 5 de octubre, mientras en Asturies y en Catalunya la iniciativa corrió a cargo fundamentalmente de la Alianza Obrera. La profunda conjunción de intereses de clase que se consiguió en Asturies, entre socialistas y anarco-sindicalistas, además de los representantes de las pequeñas organizaciones de la izquierda marxista, como el BOC y la Izquierda Comunista; permitió que los obreros asturianos protagonizaran una profunda revolución social que ha pasado a la historia de las revoluciones contemporáneas de Europa.

En Barcelona, dónde la CNT no se había adherido a la Alianza Obrera, los acontecimientos del día 6 de octubre giraron en torno a la decisión adoptada finalmente por el Gobierno de la Generalitat de proclamar el Estat Catalá dentro de la República Federal Española. Esta decisión fue fruto de la intensa presión que desde la Alianza Obrera se sometió al gobierno catalán, hasta el punto de que una delegación de la Alianza llegó a advertir al president Companys que si no proclamaba la República Catalana, lo haría la Alianza Obrera por su cuenta.

Cuando, tras la proclamación del Estat Catalá, el Govern se negó a armar a los miembros de la Alianza Obrera y tampoco adoptó ninguna decisión para defender la proclamación que había llevado a cabo; la Alianza Obrera dio la orden de retirada a sus miembros. Sólo unos 200 militantes, básicamente del BOC, que habían conseguido algunas armas, intentaron una resistencia, encaminándose hacia el Vallès; dónde la situación estaba controlada plenamente por la Alianza Obrera. Finalmente, los días 7 y 8 de octubre, el general Batet, acabaría con los últimos focos revolucionarios en la capital y encarceló al gobierno de la Generalitat.

En Asturias, donde el proletariado estuvo a la cabeza del movimiento insurreccional, el poder revolucionario se mantuvo durante quince días. Sólo la intervención del ejército consiguió poner fin a una revolución que marcó un hito en la evolución de la II República. Ciertamente, porque en primera instancia inauguró una nueva oleada represiva sin precedentes en la República: los más de mil muertos que se produjeron -básicamente entre los obreros asturianos-, las docenas de miles de encarcelamientos, torturas y violaciones, el retorno a los consejos de guerra; acabó propiciando una fractura inevitable en la evolución republicana.

A partir de entonces nada volvería a ser como antes, sobre todo porque el avance de la reacción y los métodos represivos que habían utilizado ponían definitivamente en entredicho la

voluntad de las clases dominantes de aceptar cualquier reforma. Al mismo tiempo, entre numerosos sectores de la clase obrera fue creciendo el convencimiento de que sólo una revolución proletaria sería capaz de detener al fascismo. La revolución se había convertido en la única alternativa posible cuando se había puesto en evidencia el fracaso de la reforma.

El movimiento insurreccional asturiano alcanzó tal envergadura porque formularon el logro de una serie de objetivos concretos, supeditados a uno fundamental: la instauración del poder de la clase obrera y que ésta asumiera para sí íntegramente la voluntad y responsabilidad de combatir y vencer.Las capas populares oprimidas y aterrorizadas por una situación que se agravaba vertiginosamente, unieron sus fuerzas a las del proletariado cuando vieron que éste se disponía a tomar el poder.

Las lecciones de Octubre. La fundación del POUM

Sólo en Asturies, a raíz de la tenacidad de sus obreros, el movimiento se prolongó durante dos semanas. Tras la derrota y la represión y clandestinidad a la que se sometió a las organizaciones obreras, surgió la necesidad de un movimiento unificador de las distintas organizaciones obreras, en base a la experiencia de la Alianza Obrera.

El BOC y la ICE, dos de las organizaciones que, ya en 1933, habían impulsado la Alianza Obrera tuvieron desde el primer momento muy claro que se necesitaba un partido de ámbito estatal en la medida en que la revolución tenía que ser inevitablemente peninsular. En julio de 1935 aprobaron las resoluciones y tesis que configuraban al nuevo partido que, formalmente pasó a quedar constituido el 29 de septiembre de 1935.

Es justamente en el contexto de la represión que sobrevino a la revolución asturiana, que cabe entender la creación del POUM. Surgió de la necesidad de disponer de un nuevo instrumento lo más eficaz posible para hacer frente a los nuevos retos que se esperaban en el futuro inmediato: un frente obrero contra el fascismo.

El POUM nació como una nueva organización que se definía como marxista revolucionaria, con la voluntad de encabezar un proceso político que, desde la pluralidad y la diversidad ideológica, llevase a la clase obrera ibérica al poder. El reto, como se demostró a partir de julio de 1936, no era una utopía.

Su creación se produjo en un período crucial de la historia del Movimiento obrero ibérico; el comprendido entre la Revolución de Octubre de 1934 y la sublevación fascista del 18 de Julio de 1936, con una triple finalidad:

  1. Llevar hasta el fin la estrategia de la Alianza Obrera.

  2. Impulsar la unificación de la UGT, CNT y sindicatos autónomos en una sola central sindical.

  3. Reunir a todos los marxistas revolucionarios en un solo partido.

Las dos principales aportaciones ideológicas del POUM son la Alianza Obrera y la consigna de que la clase obrera se ponga al frente de las luchas por la emancipación nacional de los pueblos oprimidos. El POUM, el partido de la “Alianza Obrera”, así sintetizaba la necesidad de la misma: “La lucha contra el dominio burgués cubierta bajo el manto dorado de la Democracia o el sangriento fascismo, es la lucha por la emancipación de la clase obrera y ésta solo se verificará conquistando el poder económico y político de los terratenientes y tiburones de la gran industria y la banca”. Y puntualizaban las posiciones del POUM sobre alianzas con la burguesía; “No somos enemigos de las alianzas con la pequeña burguesía, pero previamente las organizaciones obreras han de sellar su propia alianza. La Alianza Obrera Nacional será quien concierte pactos circunstanciales con la pequeña burguesía cuando sean necesarias. La lucha contra el fascismo comienza en la estructuración nacional de la Alianza Obrera”.

El primer objetivo de lucha de la Alianza Obrera era contra la amenaza fascista. Por lo cual, entendían que la mejor manera de oponerse al fascismo era reafirmando las posiciones revolucionarias del proletariado. Del levantamiento obrero de Octubre de 1934 se verificó, para el POUM, la posibilidad real del triunfo de la revolución; lo que aumentaba la moral entre las filas obreras, así como el desaliento en las de la reacción. En Asturias concurrieron las premisas necesarias para el triunfo. La unidad en la acción dentro de la Alianza Obrera y, a falta de un partido revolucionario, la misma Alianza Obrera cumplió el papel de organismo dirigente. El levantamiento en octubre de 1934 de los trabajadores asturianos fue posible porque los trabajadores mismos se proponían no la instauración de un Gobierno republicano- socialista, sino la de su propio gobierno, el de su clase. Y eso mismo produjo que la burguesía urbana y los campesinos no se colocaran al lado de las fuerzas represivas. La Alianza Obrera y su colofón: el Octubre asturiano, mostraron el camino de la revolución democrático socialista que habría de conducir a la liberación del conjunto de los pueblos ibéricos.

Pese a que el POUM quedó integrado en el Frente Popular-Front d´Esquerres para las elecciones de Febrero de 1936, en las cuales Maurín obtuvo un acta de Diputado, sus posiciones políticas marcaron claramente las líneas de relación de su partido con sus socios de coalición, especialmente contra las posiciones españolistas de cierta izquierda y apuntaban las razones de esta eventual alianza táctica; ”Canten los comunistas oficiales el Himno de Riego y cúbranse con la bandera tricolor de la burguesía. El pacto con los republicanos (Frente Popular) no nos obliga más que a luchar contra la reacción clerical-fascista y a conseguir la amnistía para nuestros presos. Pero nuestra misión no finaliza arrancando de las cárceles de España a los 30.070 revolucionarios de octubre. Sin interrupción caminamos derechos  a libertar del gran presidio de la España capitalista a todo el pueblo trabajador”.

 

 

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