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TROTSKY Y LA REVOLUCIÓN RUSA
Jaime Pastor Verdú, Editor de 'Viento Sur' y profesor en el Departamento de Ciencias Políticas en la UNED, Miembro de la FAN
Prólogo de 'Historia de la Revolución rusa' de León Trotsky
* Al igual que Tucídides, Dante, Maquiavelo, Heine, Marx, Herzen y otros pensadores y poetas, Trotsky alcanzó su plena eminencia como escritor en el exilio durante los pocos años de Prinkipo. La posteridad lo recordará como el historiador, así como el dirigente, de la Revolución de Octubre (Isaac Deutscher, 1969:206).
Así pues, sea cual sea el desfase que se observa entre las realidades que genera la Revolución de Octubre, por un lado, y, por el otro, el ideal del proyecto socialista tal como lo imaginaban los bolcheviques, la obra de Trotsky constituye sin dudala única que, en la Historia, nos lleva a una rotunda inteligibilidad de los acontecimientos que transformaron el curso de la revolución (Marc Ferro, 2007, XII).
Así valoraban el escritor polaco y el historiador italiano la excepcional relevancia de la contribución que hiciera Trotsky con esta obra que aquí presentamos. En efecto, nos encontramos ante un extraordinario trabajo historiográfico que ha tenido un creciente reconocimiento no solo por parte de muchos de sus contemporáneos, incluidos rivales políticos como Miliukov y Sujanov, sino también por un elenco muy plural de historiadores. A lo largo de sus páginas hay un relato vivido en primera persona de un proceso revolucionario triunfante, pero también un ejemplo de “historia desde abajo y desde dentro”, apoyada en el empleo en “estado práctico” (como hiciera Marx en sus escritos sobre Francia) de conceptos que pasarían luego a ser de uso corriente. Una obra que ha sido referencia para posteriores estudios sobre las revoluciones, como es el caso de los realizados por Charles Tilly, o considerada superior a otros desde el punto de vista metodológico, como los emprendidos por Theda Skocpol (Burawoy, 1977).
Lecciones del “ensayo” de 1905
Con todo, no se puede entender esta aportación de tan alta calidad sin el ensayo que ya escribió el autor a propósito de la Revolución rusa de 1905 en su obra Balance y perspectivas, publicada un año después. En ella introducía un esbozo de lo que definirá como ley del desarrollo desigual y combinado, con el fin de poder comprender la especificidad del tipo de capitalismo que se estaba conformando bajo el Imperio ruso en el marco de la nueva fase imperialista. Una tesis que suponía en cierto modo un esfuerzo por enlazar con las últimas reflexiones que hiciera Marx, gracias a la influencia de sus lecturas del populismo ruso, superando así lo que este mismo escribiera en su prólogo a la primera edición del Libro I de El Capital, según el cual “el país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”.
Así, en su análisis del contexto histórico en que se inserta la revolución de 1905 sostenía que “el capitalismo, al imponer a todos los países su modo de economía y de comercio, ha convertido al mundo entero en un único organismo económico y político” (Trotsky,1971: 211). Será luego, en el capítulo I de esta obra que nos ocupa, cuando desarrolla esa argumentación sobre el carácter desigual pero también combinado del capitalismo “aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de las distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas”, ya que “el privilegio de los países históricamente rezagados –que lo es realmente– está en poder asimilarse las cosas o, mejor dicho, en obligarse a asimilarlas antes del plazo previsto, pasando por alto toda una serie de etapas intermedias”.
Es esa nueva configuración del capitalismo en su etapa imperialista la que le lleva a analizar Rusia dentro de la economía mundial entre Europa y Asia y, por ello mismo, a sostener que la revolución que habrá que promover en ese país no puede limitarse a derrocar al zarismo y a apoyar a una burguesía “progresista” para realizar algunas tareas democráticas sin duda fundamentales, como lo serán la conquista de la paz, la reforma agraria y la libre determinación de los pueblos. Dada la debilidad de esa burguesía, esos objetivos solo podrán alcanzarse si son asumidos por el nuevo proletariado industrial en ascenso –siempre que se ganara el apoyo del campesinado– y, por tanto, exigen también emprender medidas que conduzcan a cuestionar la propiedad privada de los principales sectores de la economía.
Para Trotsky, la misma dinámica competitiva en que se inserta el Estado zarista respecto al sistema de Estados que se está configurando en Europa obliga a aquel a “acelerar artificialmente con un esfuerzo supremo el desarrollo económico natural (…). El capitalismo aparece como un hijo del Estado” (1971: 152). Es esa contradicción entre “las exigencias del progreso económico y cultural y la política gubernamental” la que explicaría que “la única salida a esta contradicción que en la mencionada situación se ofrecía a la sociedad consistía en acumular el suficiente vapor revolucionario en la marmita del absolutismo para poder hacerla volar” (1971: 152-153).
Con todo, ya en esa obra alertaba también frente a toda interpretación mecanicista del marxismo: “Pero el día y la hora en que el poder ha de pasar a manos de la clase obrera no dependen directamente de la situación de las fuerzas productivas sino de las condiciones de la lucha de clases, de la situación internacional y, finalmente, de una serie de elementos subjetivos: tradición, iniciativa, disposición para el combate…” (1971: 171).
Justamente a partir de esa experiencia de 1905 –en la que el joven Trotsky ha presidido el Sóviet de Petrogrado[2]– observa la emergencia de una nueva forma de organización y representación de los trabajadores y campesinos, los sóviets o consejos, que le permite pensar en que puede llegar a extenderse en una futura situación revolucionaria hasta el punto de convertirse en un órgano de poder alternativo al Estado zarista. Así ocurriría en 1917.
El estallido de la Gran Guerra en 1914 y la implicación del Estado zarista en ella mostrarían bien a las claras los efectos de esas particularidades rusas: las de esa “combinación de la tecnología más avanzada del mundo industrial con la monarquía más arcaica de Europa. Finalmente, por supuesto, el imperialismo, que había armado al absolutismo ruso en un primer momento, lo acabó ahogando y destruyendo: la prueba de la Primera Guerra Mundial fue demasiado para él (…). En febrero de 1917, las masas tardaron una semana en derrumbarlo” (Anderson, 1979: 367-368).
Comenzaba así una revolución en un país que, como recuerda Alexander Rabinowitch (2016: 23), era ya entonces el tercero del mundo por su dimensión, con una población de 165 millones de habitantes que ocupaban una superficie tres veces más extensa que la de Estados Unidos de América o que la de China e India juntas. Los efectos políticos, económicos y sociales de su participación en la Gran Guerra no se harían esperar.
De febrero a octubre: un proceso convulso de doble poder
El marco teórico y estratégico en el que analiza todo el proceso vivido desde febrero a octubre de 1917 parte, por tanto, de su tesis sobre el desarrollo desigual y combinado –y la que será su corolario, la revolución permanente–, así como de la apuesta por un proyecto de poder alternativo basado en los sóviets o consejos de trabajadores y trabajadoras, campesinos y soldados, ya esbozada, como hemos visto, en 1906.
Apoyándose en las enseñanzas de 1905 y 1917, desarrolla un concepto de “revolución” que ha sido posteriormente recogido por diferentes historiadores. Así, en el prólogo de esta obra nos encontramos con varias consideraciones previas sobre la misma: “El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos (…). La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. A continuación, sin embargo, precisa: “Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja”. Es entonces cuando se puede plantear abiertamente la lucha directa por el poder, tarea en la que se resume definitivamente toda revolución.
De esas consideraciones más generales pasa a la que plasma concretamente en el capítulo XI: “El régimen de la dualidad de poderes solo surge allí donde chocan de modo irreconocible las dos clases: solo puede darse, por tanto, en épocas revolucionarias y constituye, además, uno de sus rasgos fundamentales”. Una dualidad de poderes que Trotsky recuerda que se ha dado en procesos revolucionarios vividos en el pasado, como en las revoluciones inglesa y francesa, y que aplica al periodo abierto en febrero de 1917.
Así pues, toda situación revolucionaria implica la existencia de una dualidad de poderes, la cual “atestigua que la ruptura del equilibrio social ha roto ya la superestructura del Estado”. Esa es la que se da a partir de febrero cuando “la cuestión estaba planteada así: o la burguesía se apoderaba realmente del viejo aparato del Estado, poniéndolo al servicio de sus fines, en cuyo caso los sóviets tendrían que retirarse por el foro, o estos se convierten en la base del nuevo Estado, liquidando no solo el viejo aparato político, sino el régimen de predominio de las clases a cuyo servicio se hallaba este”.
Esta cuestión, la de la resolución en un sentido u otro del doble poder que se va desarrollando en todo el país, es la que preside los conflictos que se van manifestando hasta octubre. A través de los mismos vemos sucederse pasos adelante y pasos atrás de unos y otros contendientes en liza, con distintos momentos y puntos de bifurcación en los que la relación de fuerzas se puede inclinar a favor de uno u otro contendiente. Es justamente en esas coyunturas críticas cuando se pone a prueba el papel del factor subjetivo, de los distintos actores y, en este caso, del partido bolchevique y sus dirigentes, como bien explica el autor de esta obra. Comentaremos brevemente estos momentos.
No por casualidad, Trotsky destaca en el capítulo XVI como un punto de inflexión clave el cambio de orientación que se da en el bolchevismo a partir de la presentación por Lenin de las conocidas como “Tesis de abril” en una conferencia de delegados del partido. En ellas, recién llegado del exilio, insiste en que se ha producido un cambio de fase: “La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el Poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el Poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado”. Partiendo de ese salto en el proceso, rechaza cualquier tipo de apoyo al gobierno provisional, calificado como un “gobierno de capitalistas”. Sin embargo, reconociendo que el bolchevismo está todavía en minoría dentro de los nuevos órganos de contrapoder emergente, defiende la necesidad de una explicación paciente de los errores de ese gobierno “propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los sóviets de diputados obreros”.
Esas Tesis, como se sabe, cogieron desprevenidos a la mayoría de los delegados en esa conferencia, pero finalmente se aprobaron, no sin notables resistencias. Fueron, en cambio, vistas por Trotsky, que llegaría a Petrogrado desde Nueva York el 5 de mayo, como la comprobación de que ya no existían divergencias sustanciales entre sus ya conocidas posiciones sobre el rumbo que debía seguir la revolución y las defendidas a partir de entonces por Lenin. Por eso, en agosto, él y el Grupo Interdistritos del que formaba parte pasarán a integrarse en su partido.
El mes de junio marcaría una nueva radicalización en el seno de los sóviets frente al gobierno de coalición, el cual, pese a sus promesas, mantiene su participación en la Gran Guerra. Es entonces cuando el Primer Congreso de Diputados Obreros y Soldados empieza a asumir la consigna “Todo el poder a los Sóviets”. En cambio, posteriormente, tras la derrota en las conocidas como “jornadas de julio”, llega el reflujo e incluso la represión contra los bolcheviques, promovida por el nuevo gobierno presidido por Kerenski. Más tarde, en agosto, la sublevación de Kornílov, como constata el autor, es derrotada por un frente unido contra el intento de golpe de estado reaccionario para pasar luego a dar un nuevo impulso hacia la izquierda en los sóviets. Una radicalización que en su relato hace recordar a Trotsky el comentario de uno de los compañeros de lucha citando unas palabras de Marx: “Hay momentos en que la revolución necesita ser estimulada por la contrarrevolución”.
Efectivamente, es justamente después del fracaso de Kornílov cuando se produce un salto adelante enorme en la reactivación de una diversidad de organizaciones de base armadas (que serían a partir de entonces denominadas “guardias rojas”), así como la extensión de los sóviets con alrededor de 23 millones de miembros, según cuenta Trotsky, con una creciente hegemonía de los bolcheviques en su seno. Aun así, estaba abiertoel problema de qué organismos podían convertirse en órganos de la insurrección, ya que además de los sóviets los comités de fábrica[3] e incluso los sindicatos también estaban jugando un papel destacado bajo la dirección de los bolcheviques.
Por eso, a partir de septiembre vemos cómo se desarrolla un intenso debate entre los dirigentes bolcheviques respecto a cuál ha de ser el momento de la insurrección armada y a la necesidad de contar con la legitimidad de los sóviets para esa tarea. Una polémica en la que Lenin representó la posición más impaciente mientras que Zinoviev y Kamenev lo fueron de la más contraria. La dinámica de los acontecimientos, en la que jugaría un papel importante la creación de un “comité de defensa revolucionario”, luego convertido en “comité militar revolucionario”[4], favoreció la presión de Lenin, si bien no habría sido tan fácil si no hubiera contado con decisiones provocadoras del gobierno de Kerenski, como la de querer mandar la guarnición de Petrogrado al frente de la guerra en la segunda semana de octubre[5]. Desde entonces, la legitimación que buscaban Trotsky y otros dirigentes para el derrocamiento “técnico”[6] del gobierno provisional mediante la toma del Palacio de Invierno se lograría finalmente con el apoyo del Sóviet de Petrogrado poco tiempo después de consumarse.
Al día siguiente, el Congreso de los Sóviets asumía la nueva situación y aprobaba una declaración que proponía como tarea del nuevo gobierno “el inicio inmediato de las negociaciones para una paz justa y democrática” y, con ella, la abolición de la diplomacia secreta[7]. Una decisión inédita en la historia que fue acompañada, como recuerda Trotsky, nombrado Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores, por la declaración de que el nuevo gobierno obrero y campesino dirige sus propuestas simultáneamente “a los gobiernos y a los pueblos de todos los países beligerantes (…), en particular a los obreros conscientes de las tres naciones más avanzadas”, o sea, Inglaterra, Francia y Alemania.
Porque, como ya hemos recordado más arriba y como resume Rabinowitch, “el desenlace de la revolución de 1917 en Petrogrado tiene también mucho que ver con la guerra mundial. Si el gobierno provisional no hubiera consagrado toda su energía a la obtención de una victoria militar, habría estado seguramente en mejores condiciones para hacer frente a los múltiples problemas consustanciales al hundimiento del antiguo régimen, y sobre todo para satisfacer las exigencias populares en materia de reformas fundamentales y urgentes (…). En ese contexto una de las fuentes principales del vigor y la autoridad crecientes de los bolcheviques en 1917 residía en la fuerza de atracción de su plataforma partidaria, tal como se había encarnado en los eslóganes “paz, tierra y pan” y “Todo el poder a los sóviets” (Rabinowitch, 2016: 445).
Unos eslóganes que, junto con el establecimiento del control obrero de la producción, la reforma agraria y el reconocimiento del derecho de autodeterminación y a la separación de los pueblos, tal como lo había defendido Lenin, permitirían dotar de mayor legitimidad al nuevo gobierno. Precisamente, la cuestión nacional es objeto de un capítulo, el XXXIX, de este libro. En él podemos encontrar un análisis de las características que adoptaba la opresión nacional bajo el Imperio zarista: Trotsky comparte con Lenin la tesis de que “el gran número de naciones lesionadas en sus derechos y la gravedad de su situación jurídica daban una fuerza explosiva enorme al problema nacional en la Rusia zarista”. Un pronóstico que se confirmaría cuando pudieron comprobar cómo “la lucha nacional por sí misma quebrantaba violentamente al régimen de febrero, creando para la revolución en el centro una periferia política suficientemente favorable”.
¿Revolución o golpe de estado?
Mucho se ha escrito en torno a si la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917 fue una revolución social o un golpe de estado. Existen datos incontestables, sin embargo, procedentes incluso de adversarios irreconciliables con los bolcheviques, de que fue lo primero y de que estos contaban con el apoyo de la mayoría de los sóviets cuando decidieron el asalto decisivo.
Ernest Mandel recuerda, por ejemplo, lo que escribió Sujanov, miembro de la corriente socialista revolucionaria: “Las masas vivían y respiraban de común acuerdo con los bolcheviques. Estaban en manos del partido de Lenin y Trotsky (…). Resulta totalmente absurdo hablar de una conspiración militar en lugar de una insurrección nacional, cuando el partido era seguido por la gran mayoría del pueblo y cuando, de facto, ya había conquistado el poder real y la autoridad”. O también el reconocimiento del historiador alemán Oskar Anweiler, crítico del bolchevismo: “Los bolcheviques eran mayoritarios en los consejos de diputados de casi todos los grandes centros industriales, así como en la mayor parte de los consejos de diputados de soldados de los cuarteles” (Mandel, E., 2005: 124-125).
Uno de los historiadores más documentados sobre este acontecimiento, Rabinowitch, no tiene dudas tampoco al respecto: frente a quienes consideran que aquello fue un accidente histórico o el resultado de un golpe de estado ejecutado con mano maestra y sin apoyo significativo de la población, sostiene: “Estudiando las aspiraciones de los obreros de fábrica, de los soldados y de los marineros tal como se reflejan en los documentos de la época, constato que sintonizaban ampliamente con el programa de reforma política, económica y social promovido por los bolcheviques. Justo en el momento mismo en que todos los principales partidos políticos estaban profundamente desacreditados debido a su incapacidad para promover con suficiente vigor cambios significativos y para hacer cesar inmediatamente la participación rusa en la guerra. Eso es lo que explica que en octubre los objetivos de los bolcheviques, al menos tal como las masas los entendían, gozaran de un amplio apoyo popular” (Rabinowitch, 2016: 26).
Otra cuestión que importa resaltar de todo el proceso que transcurrió desde febrero a octubre de 1917 es la que tiene que ver con la propia evolución del partido bolchevique. Lejos de la imagen de un partido monolítico y disciplinado bajo la batuta de Lenin y un hipotético plan preconcebido, lo que se puede comprobar a través de las páginas que siguen, y también de las narraciones de una gran diversidad de historiadores, es la dinámica de un partido en el que los debates, las divergencias y las tensiones internas llegan incluso hasta la víspera misma de la toma del poder, e incluso se prolongarían luego respecto al tipo de gobierno que habría que formar y a las negociaciones que se empezarían a abrir para poner fin a la participación rusa en la guerra.
Baste recordar las tensiones que se vivieron en la conferencia de abril en torno a las Tesis presentadas por Lenin, las diferencias respecto al papel de la consigna “Todo el poder a los sóviets” en sucesivos momentos del proceso o, sobre todo, las relacionadas con el cuándo, el cómo y con qué legitimidad se debía producir la insurrección de octubre. Fue esto último, ante su temor de que pasara el momento en que fuera posible, lo que llevó incluso a Lenin a presentar su dimisión en el Comité Central, decisión que obviamente no fue aceptada.
Esto demuestra también que el partido bolchevique no era una secta de fanáticos ni tampoco estaba dotado de una “ciencia” que le permitía prever la dinámica de los acontecimientos. Confirma, ciertamente, que era un partido cada vez más relacionado con el movimiento real y, por tanto, se hallaba bajo la influencia de los diferentes estados de ánimo que se producían entre los trabajadores y trabajadoras, los campesinos y los soldados rusos. Las divergencias tácticas más o menos profundas que se manifestaban en su interior tenían que ver, por tanto, con esos cambios en la conciencia y su interpretación a través de las experiencias vividas, especialmente cuando surgían esos puntos de bifurcación que hemos mencionado en abril, julio, agosto u octubre.
Llegaría luego la etapa más difícil, la de la construcción de un nuevo Estado y, con ella, surgirían los sucesivos problemas que debería afrontar el nuevo gobierno de “comisarios del pueblo”: empezando por la integración o no en él de otras fuerzas de izquierda –y, a su vez, entrando en una tendencia sustitucionista de los sóviets por “el partido”[8]– y siguiendo con la convocatoria y posterior disolución de la Asamblea Constituyente (decisión, como se sabe, muy controvertida y criticada también por alguien que se declaró firmemente solidaria con los bolcheviques como Rosa Luxemburg), la negociación de los que acabarían siendo Acuerdos de Brest-Litovsk (con posiciones diferentes en la cúpula bolchevique), y el inicio de una guerra civil –con intervención imperialista– que dejaría enormemente debilitada a la clase trabajadora rusa y llevaría a errores graves de los bolcheviques como la continuación de la política de requisición de trigo que provocó la crisis social de 1921, sin olvidar la que se produjo en Kronstadt (Mandel, E., 2005: 170 y 216).
Ya Trotsky, con su teoría de la revolución permanente, y Lenin, con su tesis sobre “el eslabón más débil de la cadena imperialista”, habían alertado frente al contraste que se podía producir entre, por un lado, las mayores posibilidades de la revolución en Rusia y, por otro, las enormes dificultades que un país atrasado tendría para dar pasos adelante en la construcción del socialismo si esa revolución no se extendía a otros países capitalistas avanzados. De ahí su esfuerzo por construir una nueva Internacional y su apoyo a los procesos revolucionarios que en los años posteriores agitarían a distintos países europeos y, en particular, a Alemania.
En más de una ocasión, Trotsky reconocería que el futuro del nuevo Estado se planteaba en términos de una disyuntiva histórica: así lo hace en la Conclusión de esta obra cuando sostiene que “o la Revolución rusa desata el torbellino de la lucha en Occidente o los capitalistas aplastan nuestra revolución”. Tampoco descartó, ya en 1919, que las nuevas revoluciones vinieran del Este, como luego se reflejaría en sus esperanzas en el proceso vivido en China hasta la derrota sufrida por las fuerzas del Partido Comunista en 1927.
Sin embargo, la derrota de la Revolución alemana, ya definitiva a partir de 1923, venía a confirmar las notables diferencias entre Rusia y Occidente que ya empezaron a reconocer tanto Lenin como Trotsky a partir del Segundo Congreso de la Internacional Comunista y que luego destacaría Antonio Gramsci con mayor rigor[9]. La entrada en un nuevo periodo de reflujo acabaría así favoreciendo a quienes dentro de Rusia se estaban convirtiendo en representantes del nuevo grupo social dominante en el seno del Estado, cuyo ascenso no era ajeno a medidas adoptadas por el propio Lenin, con el apoyo de Trotsky, como la prohibición de los partidos soviéticos o el grado de autonomía de que gozaría la nueva policía secreta, la Cheka, como recuerda Mandel (2005).
Aun así, Trotsky tardaría en abandonar su, a veces excesivo, “optimismo de la voluntad” respecto a la capacidad de la clase obrera rusa para hacer frente a la burocratización del nuevo Estado, así como sus expectativas en la clase trabajadora europea durante el periodo de entreguerras para superar sus derrotas. Con todo, pese al contexto internacional que pronto se mostraría adverso, fueron enormes las conquistas que se lograron en los primeros años de la revolución, no solo en el plano político y social (con la primera “Declaración de derechos del pueblo trabajador y explotado” de la historia), sino también en los que entonces eran frentes de lucha hasta ese momento “olvidados”, como los nuevos derechos alcanzados por las mujeres (Cirillo, 2002: 19-24; Bengoechea y Santos, 2016) o la emergencia de nuevas vanguardias culturales y artísticas (García Pintado, 2011). Poco después, sin embargo, llegaría la involución de todo este proceso, no sin provocar conflictos internos in crescendo dentro del partido bolchevique (autodenominado a partir de 1918 “comunista”). Confrontaciones cada vez más violentas que también se reflejarían en el seno de la Internacional Comunista recién formada. Finalmente, el triunfo y la consolidación del estalinismo en los años treinta vendrían a confirmar la consumación de una contrarrevolución política, denunciada también con rigor y firmeza por Trotsky en La revolución traicionada, escrita en 1936.
Cien años después de aquellos “diez días que estremecieron al mundo”, en feliz resumen de aquellas jornadas de octubre por John Reed, y pese al hundimiento de un sistema que no tenía nada de “soviético” en su sentido original, el impacto de aquella Revolución sigue siendo comparable al que tuvo la Revolución francesa, también “traicionada”. Por eso no nos cansaremos de recordar lo que escribiera Immanuel Kant a propósito de ese Acontecimiento: es “demasiado grande, está demasiado ligado a los intereses de la humanidad y tiene una influencia demasiado extendida sobre el mundo y todas sus partes, como para que no sea recordada a los pueblos en cualquier ocasión propicia y evocada para la repetición de nuevas tentativas de esta índole”. Por eso, ni nostalgia ni reivindicación acrítica sino voluntad de, como nos propone Catherine Samary (2016), “retomar el hilo de los debates más ricos del pasado” para “repensar la revolución” y el proyecto socialista y/o “común-ista”, siempre con preguntas y respuestas tentativas y abiertas en torno a lo que continúa siendo esa vieja y cada vez más necesaria aspiración a “transformar el mundo, cambiar la vida”.
Notas:
[1]Deutscher recuerda: “Cuando su Historia fue publicada, y durante muchos años después, la mayor parte de los jefes de los partidos antibolcheviques –Miliukov, Kerenski, Tsereteli, Chernov, Dan, Abramóvich y otros– vivían y estaban activos como emigrados. Sin embargo, ninguno de ellos ha revelado una falla significativa en la presentación de los hechos por Trotsky; y ninguno, con parcial excepción de Miliukov, ha intentado seriamente escribir otra obra para contradecir a la de aquel” (1969: 221).
[2] En septiembre de 1917 volvería a presidir el sóviet que se había constituido en la misma ciudad de Petrogrado a partir de febrero.
[3] Sobre la dinámica de la revolución en las empresas a partir de febrero, las sucesivas experiencias de control obrero por los comités de fábrica y los debates que generan hasta llegar a octubre, así como sobre la transición a las expropiaciones como medidas necesariamente defensivas frente al boicot empresarial: Mandel, D. (1993).
[4] Es importante recordar que, frente a lo defendido por la mayoría de historiadores occidentales, según los cuales ese organismo estaba estrechamente controlado por los bolcheviques, estos no eran los únicos activos en su seno y eran hegemónicos pero mantenían posiciones diferentes entre sí (Rabinowitch, 2016: 355).
[5] A partir de entonces se decidió poner en práctica un plan que incluía alzar un farol rojo en el mástil de la fortaleza de Pedro y Pablo como señal para que el crucero Aurora hiciera un disparo sin bala para intimidar, pero no se consiguió encontrar uno…; finalmente, la toma del Palacio se hizo sin apenas violencia.
[6] Así lo define Ernest Mandel, quien recuerda la conclusión de otro gran historiador de la Revolución rusa, E. H. Carr: “El éxito, casi sin esfuerzo, del golpe de Petrogrado del 25 de octubre de 1917 parece demostrar que detrás de él se encontraba la gran mayoría de la población. Los bolcheviques tenían razón cuando se enorgullecían de que la revolución propiamente dicha había costado muy pocas vidas humanas y de que la mayor parte de ellas se había perdido en el curso de tentativas de sus adversarios para arrancarles la victoria luego de que esta había sido conquistada” (Mandel, E., 2005: 212).
[7] Esto implicaba la publicación de todos los tratados y documentos que habían suscrito los anteriores gobiernos, no sin tener que superar las resistencias del conde Tatistxev, antiguo alto funcionario del ministerio, a darles las llaves de las cajas fuertes en donde estaban fielmente guardados. Entre ellos estaba el conocido como Acuerdo Sykes-Picot, firmado en 1916 por los ministros británico y francés, según el cual establecían un reparto de los territorios dependientes de un Imperio otomano que acabaría siendo derrotado en la Gran Guerra. Se verificaban así los fines expansionistas de la Gran Guerra, por los cuales a Rusia le habrían correspondido Galitzia, Constantinopla y los Balcanes.
[8] Uno de los análisis más detallados de la evolución de esa relación sóviets-partido bolchevique sigue siendo, en mi opinión, el de Farber (1990), si bien tienen interés las observaciones que hace Mandel respecto a su debate con John Rees (Mandel, 2005: 195-198); también, desde una mirada más crítica del bolchevismo, pero con un recorrido previo por los precedentes del “consejismo”: Anweiler (1975).
[9] Como constata Perry Anderson, “la intuición más profunda de Gramsci era correcta: después de la Revolución de Octubre, el moderno Estado capitalista de Europa occidental era todavía un objeto político nuevo para la teoría marxista y para la práctica revolucionaria” (Anderson, 1979: 368).
Referencias:
Anderson, P. (1979): El Estado absolutista, Madrid, Siglo XXI.
Anweiler, O. (1975): Los Sóviets en Rusia 1905-1921, Madrid, Biblioteca Promoción del Pueblo.
Bengoechea, S. y Santos, M. J. (2017): “Las mujeres en la Revolución rusa”, Viento Sur, 150, 18-25.
Burawoy, M. (1997): “Dos métodos en pos de la ciencia: Skocpol versus Trotski”, Zona Abierta, 80/81, 33-91.
Cirillo, L. (2002): Mejor huérfanas, Barcelona, Anthropos.
Deutscher, I. (1969): El profeta desterrado,México, Era.
Farber, S. (1990): Before stalinism. The rise and fall of sóviet democracy, Cambridge,Polity Press.
Ferro, M. (2007): “Prefacio”, en L. Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Madrid, Veintisiete letras, I-XII.
García Pintado, A. (2011): El cadáver del padre. Artes de vanguardia y revolución, Barcelona, Los libros de la frontera.
Mandel, D. (1993): “Comités d’usine et contrôle ouvrier à Petrograd en 1917”, Cahiers d’étude et de recherche, nº 21, IIR.
Mandel, E. (2005): “Octubre de 1917: ¿Golpe de estado o revolución social?”, en Escritos de Ernest Mandel, Madrid, Los libros de la catarata-Viento Sur, 123-222.
Rabinowitch, A. (2016): Les bolcheviks prennent le pouvoir, París, La fabrique.
Samary, C. (2017): “Comunismo en movimiento”, Viento Sur, 150, 151-162.
Trotsky, L. (1971): 1905. Resultados y perspectivas, Tomo 2, París, Ruedo Ibérico.
CUATRO MESES QUE ESTREMECIERON AL MUNDO. LA ACTUALIDAD DE LA REVOLUCIÓN RUSA VISTA DESDE SUS PRIMERAS MEDIDAS GUBERNAMENTALES
D. Rühle, miembro de la FAN Asturias
El objetivo del presente artículo es desgranar, aunque sea superficialmente, las medidas que adoptaron los máximos órganos del poder soviético, particularmente el Consejo de Comisarios del Pueblo, entre el 26 de octubre de 1917 del vigente por esa época calendario juliano y el 19 de marzo, ya del calendario gregoriano, de 1918.
Se ha escogido como fecha final el 19 de marzo de 1918 de forma, hasta cierto punto, aleatoria. Es en esa fecha cuando los Aliados, es decir, el bloque de países imperialistas que fueron a la Primera Guerra Mundial, fundamentalmente contra Alemania y Austria, afirman no reconocer la paz de Brest-Litovsk, con lo que se van a poner las bases de su intervención abierta contra la República de los soviets, ahora ya con el concurso de “sus enemigos”, elemento central que explica el inicio del periodo denominado “guerra civil”.
No se va a seguir el hilo de la narración pormenorizada de los sucesos que llevaron a la Revolución de Octubre, narrados y analizados en profundidad por la mejor obra de referencia existente aún hoy en día, la Historia de la Revolución Rusa de Trotski, ni de su desarrollo posterior. Ello requeriría la elaboración de varios volúmenes. Por tanto, algunos aspectos van a quedar fuera, otros sólo van a ser mencionados por encima y los habrá que merezcan una atención especial. Con todo, lo que se ha pretendido es dar un marco elemental del periodo concernido que ayude a relacionar la adopción de las medidas gubernativas con el momento en el que se ejecutan.
Tampoco es objetivo de este artículo enumerar todos y cada uno de los decretos emanados del poder soviético. Se trata sobre todo de remarcar los decretos con neto contenido social, que son los que muestran el paso de un régimen a otro, y los que definen el carácter de la revolución proletaria, espejo en la que se mirarán, de una u otra forma, las organizaciones de la clase obrera en todo el mundo, pero en especial en Europa.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN
A fines de agosto de 1917 el golpe de estado del general Kornilov es derrotado. Kerensky, presidente del consejo de ministros y cabeza visible del gobierno provisional salido de la Revolución de Febrero, había negociado bajo cuerda con él una solución final, de tipo fascistizante, a la efervescencia revolucionaria. Según Trotsky, fue esta lucha la que mostró el poder y la resolución de las organizaciones soviéticas. Habría que añadir, además, la plena confianza en las propias fuerzas.
Al mismo tiempo, y consecuencia directa de aquél, el Partido Bolchevique comienza a ganar la mayoría -incluso absoluta- en los soviets, en particular el de Petrogrado, que había convocado por radio el Segundo Congreso Panruso para el 20 de octubre y nombrado a Trotsky para la presidencia el 23 de septiembre. De hecho, ya el 31 de agosto había votado una resolución de la fracción bolchevique que reclamaba todo el poder para los soviets. Lenin escribe que la perspectiva de un tránsito pacífico hacia el cambio de régimen es factible.
Sin embargo, el gobierno provisional no permanece inactivo. Por un lado, convoca en Moscú del 14 al 24 de septiembre una Conferencia Democrática, que difiere nuevamente las elecciones de la Asamblea Constituyente, organismo que, en última instancia, decidiría sobre la paz y el reparto de las tierras. Por otro, envía expediciones punitivas contra los campesinos que se sublevan entre el 13 de septiembre y el 3 de octubre en Kishinev, Tambov, Taganrog, Riazán, Kursk y Penza.
¿Debían participar los bolcheviques en el pre-parlamento que se iba a inaugurar definitivamente el 23 de septiembre? En torno a esta cuestión cristalizan en su Comité Central dos posiciones. De un lado estaban los partidarios de la insurrección, ligeramente mayoritarios, y de otro los de la oposición “democrática”. Pero de entre los primeros el más decidido y audaz fue Lenin -ausente físicamente de las discusiones al estar perseguido por las autoridades-, que ve que el momento ha llegado y no se puede retrasar más. Para encarar las discusiones en mejores condiciones decide bombardear con requerimientos acuciantes a la dirección del partido, poniendo en peligro su propia seguridad, ya que seguía huido de la justicia. Hace inclinar la balanza decididamente hacia los partidarios de la insurrección a partir de la reunión del CC del 10 de octubre, pero no sin fisuras. Esta situación se mantendrá hasta el mismo día de la Revolución de Octubre e incluso en las semanas siguientes a la misma.
EL SEGUNDO CONGRESO PANRUSO DE LOS SOVIETS
El 26 de octubre, a eso de las dos y cuarto de la mañana, llega al Smolny, donde se encontraba reunido el Comité Central bolchevique, la noticia de la caída del Palacio de Invierno y la detención de los ministros reunidos en él. Todavía sesionaba el II Congreso Panruso de los Soviets -abandonado tras estos acontecimientos por mencheviques y socialistas revolucionarios de derecha-, que con mayoría bolchevique y los votos de los socialistas revolucionarios partidarios de la entrega del poder a los soviets, sanciona la insurrección, vota los decretos relativos a la paz -por unanimidad de los presentes-, que incorporaba la abolición de la diplomacia secreta y la anulación de los tratados secretos; y la tierra -según Víctor Serge aprobado con un voto en contra y ocho abstenciones-, que Lenin escribió basándose en los mandatos de los representantes de los soviets campesinos, donde los SR eran mayoritarios, y no en el propio programa bolchevique, asestando de esta forma un golpe decisivo contra el latifundio.
Asimismo, ratifica la propuesta bolchevique de creación de un “gobierno provisional obrero y campesino”, denominado Consejo de Comisarios del Pueblo, integrado exclusivamente por miembros de este partido, y designó un Comité Ejecutivo de los Soviets también de mayoría bolchevique.
Si el I Congreso de los Soviets, salido de la revolución de febrero, dio el mandato a un gobierno provisional, hasta la convocatoria de la Asamblea Constituyente, pero sobre la base de las listas a las elecciones de la Duma zarista elegida en 1912, el II Congreso le retira su confianza y asume todo el poder, de igual forma hasta que la Asamblea Constituyente iniciara sus trabajos, pero ya cargado con los decretos emanados de sus sesiones y los que estaban por venir. En todo caso, el futuro de la recién nacida República Soviética pendía de un hilo.
MANOS A LA OBRA
Los bolcheviques nunca quisieron formar un gobierno integrado en exclusiva por ellos, aunque el paso era necesario. Los mismos asistentes al II Congreso, a iniciativa de Martov y Lunatcharky, habían votado una resolución que solicitaba que el gobierno entrante esté compuesto por todos los partidos socialistas.
Con el eco de esta decisión, el potente sindicato de los ferroviarios, dirigido por los mencheviques, amenaza con cortar las comunicaciones si no se forma un gobierno de coalición, mientras, ya se había creado un Comité de Salvación de la Patria y la Revolución en Petrogrado con los dimisionarios del II Congreso y, en Moscú, el Comité de Salvación Pública llama al boicot de los funcionarios. Los júnkers, alumnos de las escuelas militares, se sublevan asimismo -el 29 lo harán en la capital; en Moscú casi aplastan la insurrección-. Kerenski, a la cabeza de los cosacos de Krasnov, avanza sobre Petrogrado desde el mismo día 27.
El 29 de octubre el Comité Central bolchevique, sin Lenin ni Trotski, ocupados en sofocar a los golpistas en Petrogrado, y el Comité Ejecutivo de los Soviets, aceptan negociar sobre la base de las aspiraciones de mencheviques y socialistas revolucionarios de derecha: desarme de los guardias rojos, gobierno de coalición sin Lenin ni Trotski, que responda no ante los soviets sino ante las “amplias masas de la democracia revolucionaria”. La mayoría del Comité Central se opone. El día 2 de noviembre triunfa la insurrección en Moscú y las conversaciones se interrumpen. Para protestar por esta interrupción 5 miembros del Comité Central y 4 comisarios del pueblo dimiten el día 4. La contrarrevolución estima que la caída del gobierno “usurpador” es cuestión de horas. La mayoría del CC se reafirma retomando el punto de vista de Trotski: legitimidad del gobierno surgido del II Congreso de los soviets.
DECRETOS CON FRECHA DE 26 DE OCTUBRE A 4 DE NOVIEMBRE
Entre el 26 de octubre y el 4 de noviembre transcurre a penas algo más de una semana y de entre los decretos ratificados y/o firmados se encuentran los ya enunciados sobre la paz, la tierra y el constitutivo del Consejo de Comisarios del Pueblo, el de la introducción de la jornada de ocho horas y, el 2 de noviembre, el de la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia, donde se reconoce el derecho a la autodeterminación incluida la separación total.
En este breve lapso de tiempo, el gobierno de obreros y campesinos, fiel a las decisiones del II Congreso Panruso de los Soviets, pero también sometido al boicot, las sublevaciones militares, el caos producido por la guerra, las vacilaciones y deserciones, demostró ser el brazo ejecutivo de las aspiraciones de la inmensa mayoría social que quería liberarse de las múltiples cadenas de la opresión a las que estaban sujetos bajo el régimen zarista.
Compuesto íntegramente por bolcheviques, algunos de los cuales provocaron una crisis mayúscula que estuvo a punto de hacer caer al propio gobierno y, por ende, echar por tierra las decisiones del II Congreso, sus decretos iniciales tenían incluso poco o nada que ver con el propio programa de su partido. Fue el incumplimiento del mismo en aras de continuar la guerra a toda costa lo que provocó que el movimiento de las masas hacia su autoliberación se expresara conscientemente a través del Partido Bolchevique.
LOS PROLEGÓMENOS DE LA PAZ
El gobierno de los soviets intentó iniciar, en cuanto medianamente pudo, los contactos para llegar a un armisticio con los Imperios Centrales -el 8 de noviembre, Trotski entregó al embajador británico Buchanan una nota en la que proponía abrir negociaciones con todos los beligerantes-, pero se topó con la inacción del representante del Estado Mayor ruso, el general Dujonin, que fue relevado por el subteniente bolchevique Krilenko el 9 de noviembre. Lo de Krilenko era sencillo, pero desarmar al máximo órgano del ejército ruso era harina de otro costal. El gobierno no podía porque carecía de organismos gubernamentales y porque los existentes sólo obedecían a lo que quedaba de gobierno provisional. Fue la iniciativa de las masas, en particular la de los soldados, agrupadas en sus soviets, la que acabó con el Gran Cuartel General -y con Dujonin- el 20 de noviembre. En ese mismo momento, el golpista Kornilov dejaba alegremente su reclusión y se dirijía al Don -la patria de los cosacos del contrarrevolucionario Kaledin- para reunirse con el generalísimo Alexeiev, que estaba intentando poner en pie un ejército con el que aplastar a los insurrectos, y salía para Brest-Litovsk un tren especial que conducía a la delegación soviética encargada de negociar el armisticio. El 22 de noviembre se firma una tregua con los estados mayores austríaco y alemán y el 9 de diciembre se inician las negociaciones.
Sin embargo, el problema de la paz iba a conmover nuevamente los cimientos frágiles del poder soviético al provocar un debate arduo en -y entre- los partidos que sostienen a la República Soviética.
Desde comienzos del conflicto mundial los bolcheviques habían defendido una paz sin anexiones ni indemnizaciones pero defender esta posición de principios cuando el ejército ruso se disgrega y huye en todos los frentes mientras Alemania y Austria pretenden imponer sus condiciones incluidas las anexiones de Polonia e incluso los países bálticos, en un país donde el poder de los soviets ha triunfado, aunque no en todos los lugares y que, al mismo ritmo, se ha ido cantonalizando, se antoja muy difícil. El convencimiento de que una única revolución proletaria, y mucho menos en un país atrasado, es insuficiente, se agranda ante los desafíos que planteaban las negociaciones de paz.
HACIA LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE
Entre el 12 y el 14 de noviembre se celebran las elecciones a la Asamblea Constituyente. Los datos iniciales confirmaban que los bolcheviques iban a tener la mayoría en Petrogrado, Moscú y los frentes de guerra cercanos a las capitales, pero en “provincias” la balanza se decantaba a favor de los socialistas revolucionarios, cuyas listas incluían a los de izquierda, que se presentaban en candidaturas únicas con los de derecha.
El 19, el Comité Ejecutivo Central de los Soviets recibió el Proyecto de decreto sobre el derecho de revocación escrito por Lenin, que comienza a debatir el 21. Consciente de que el sistema electoral vigente todavía era el anterior a la revolución de octubre, y que esto iba en detrimento del poder de los soviets, Lenin defendió el derecho de revocación, por otra parte, piedra sobre la que iba a gravitar un nuevo sistema electoral. El proyecto fue aprobado por unanimidad el 23 de noviembre. Este decreto se complementaba con los del establecimiento de la edad mínima para votar en los dieciocho años y la declaración de enemigos del pueblo del Partido Constitucional-Democrático, el 28 de noviembre.
DECRETOS CON FECHA DE 4 DE NOVIEMBRE A 28 DE NOVIEMBRE
El periodo que va del 4 al 28 de noviembre dio como resultado la aprobación vía Consejo de Comisarios del Pueblo, vía Comité Ejecutivo Central Pan-ruso de los Sóviets -que a mediados de noviembre había unificado los comités ejecutivos de los sóviets de obreros, soldados y campesinos- de decretos como el de la creación de la Comisión Estatal de Cultura el 8 de noviembre, el de la abolición de las distinciones sociales, jurídicas y civiles herederas del imperio zarista de 10 de noviembre, la trasferencia de los colegios religiosos al Comisariado del Pueblo de Educación de 11 de noviembre, el del control obrero de la producción el 14, el de la nacionalización de la manofactura Likiski (primer decreto de expropiación de la propiedades de los grandes capitalistas) el 17 de noviembre, la abolición del antiguo sistema judicial y su sustitución por tribunales populares formados por personas elegidas o nombradas por los sóviets el 22 de noviembre.
LA OBRA ECONÓMICA DE LA CLASE OBRERA A GALOPE TENDIDO
Como más arriba se especifica, el decreto sobre la supervisión obrera -que incluye la expropiación- es de 14 de noviembre. No es un decreto que emane de la buena voluntad de un gobierno -que en la práctica no gobernaba pues la responsabilidad recayó de lleno en las organizaciones soviéticas locales- con aspiraciones utópicas. Es la materialización de una realidad. El programa bolchevique lo contemplaba, pero la amplitud y profundidad del fenómeno provocó, nuevamente, que el gobierno legalizara una situación de hecho sin que, por otra parte, dejara de apoyar e instigar la propia iniciativa de la clase obrera.
Control obrero significaba expropiación. Expropiación como expresión de las reivindicaciones de las masas trabajadoras, como reacción ante el caos económico, como respuesta al sabotaje empresarial. Víctor Serge lo describe de la siguiente manera: La iniciativa de las medidas de expropiación partió de las grandes masas del partido y no del poder, y fueron dictadas más por necesidades de la lucha que persiguiendo un plan socialista.
Tras la nacionalización de la manofactura Likinski la oleada de ocupaciones y nacionalizaciones, de iure o no, se extiende y afecta a todos los sectores económicos.
LA TCHEKA
A inicios de diciembre la recién nacida Rusia soviética está hecha jirones. Defendida por las más amplias masas de la población y, en particular por el proletariado y los soldados, cuya inmensa mayoría son campesinos, hereda la crisis que la engendra. A la situación de caos que produce la guerra, causa y consecuencia del desorden general, se suma la desorganización económica que la débil burguesía rusa, dependiente del capital extranjero, sobre todo francés, había auspiciado y fomentado desde la Revolución de Febrero.
Todavía en guerra, pues lo que se firma el 2 de diciembre es una tregua con los Imperios Centrales -la entente no se presenta; de hecho, ni siquiera ha contestado a los requerimientos de Trotski- miles y miles de soldados desertan del frente, si se le puede llamar así. Los que resisten apenas reciben pan para alimentarse porque los depósitos de trigo están vacíos.
El hambre merodea aquí y allá. Los mismos soldados y los comités fabriles (o los sóviets locales -hay que recordar una y otra vez que el poder había pasado en casi todas las circunstancias a los sóviets locales-) recorren el campo en busca de reservas alimentarias. La primera y más agobiante necesidad de la población laboriosa era comer. Es entonces cuando el Consejo de Comisarios decide que ha de acabar la política de requisas del gobierno provisional dejando a las ciudades la libertad de aprovisionamiento. Mientras, en el campo se produce para el mercado local, con el convencimiento de sacar provecho de la situación, llegándose a la destrucción de los excedentes.
Un enorme cúmulo de circunstancias como éstas devienen en caos, que la contrarrevolución va a utilizar. Rusia es un hervidero de complots. El mismo 2 de diciembre el Ejército Voluntario de los Kaledin y Kornilov entra Rostov.
Los funcionarios de la banca se niegan a proporcionar dinero al gobierno, que es incapaz de pagar a los empleados del Estado, todavía muy zarista, mientras abonan los “salarios” de los miembros del virtualmente desaparecido gobierno provisional. Irán a la huelga a principios de diciembre y desencadenarán la reacción del gobierno, que el 7 de diciembre crea la Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje, o Tcheka, a cuya cabeza estará Felix Dzerzhinski.
EL IMPASS
El 9 de diciembre las delegaciones soviética y de los Imperios Centrales se reúnen en Brest-Litovsk. Para los negociadores soviéticos, encabezados por Kamenev y Ioffe, se trata de firmar una paz sin anexiones ni reparaciones que esté enmarcada por el derecho a la autodeterminación; para los representantes de la Cuádruple Alianza, esto incluía el derecho a la separación de Polonia, Lituania, Curlandia, parte de Estonia y Finlandia. El 27 de diciembre las conversaciones se reanudan, tras la pausa impuesta por las enormes diferencias en las aspiraciones de unos y otros.
Esta vez la delegación soviética es más amplia. Incluye al eserista de izquierda Karelin y, sobre todo, a Trotski. Sin embargo, las posturas son irreconciliables, aunque la situación de los Imperios Centrales y la República Soviética son bien distintas. La guerra mundial se encontraba en un punto muerto si bien las potencias beligerantes estaban a punto de colapsar. La Cuádruple Alianza lo fiaba todo al cese de hostilidades en el Este -donde las ganancias territoriales eran espectaculares- para concentrar sus esfuerzos, quizás el último, en el frente occidental. Los soviéticos negociaban sin un ejército real en el frente… Tampoco van a durar mucho las negociaciones.
DECRETOS CON FECHA DE 28 DE NOVIEMBRE A 1 DE ENERO
el 28 de noviembre y el 1 de enero de 1918 se produce una oleada de decretos de contenido social. El 2 de diciembre se crea el Consejo Supremo de Economía Popular, el 11 el decreto sobre el seguro en caso de desempleo, el 14 se nacionaliza la banca, el 18 se publica el decreto Sobre la boda civil, los hijos y el libro de actas del estado civil y Sobre la disolución del matrimonio, el 22 sobre el seguro de enfermedad. Han pasado sólo dos meses desde la instauración de la república de los consejos. Evidentemente, la trasformación social no se establece a golpe de decreto, pero los mismos, hay que insistir nuevamente, responden a una realidad social, por más que esté aquejada de graves y numerosos problemas. Sancionan en muchos casos situaciones de hecho, como ha quedado reflejado más arriba con la cuestión del control obrero, en otros, recogen las reivindicaciones de las masas o de los sectores más conscientes de las mismas. Y, sin embargo, la victoria no está asegurada.
LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL PUEBLO TRABAJADOR
El día 3 de enero el Comité Ejecutivo Central de los Sóviets aprueba la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado, que junto con todo el arsenal desplegado por el Consejo de Comisarios del Pueblo desde el 26 de octubre, debía ser sancionado por la Asamblea Constituyente. Publicada el 4, causó un enorme revuelo entre los constituyentistas, que iban a abrir las sesiones de la asamblea el día siguiente. La tensión era máxima. Lenin había sufrido un intento de atentado el 1, los socialistas revolucionarios de derecha iban a realizar una demostración pacífica el día 5, que había sido concebida inicialmente como un putch.
Después de discursos interminables, que evadían la aprobación de la Declaración y convalidación de los decretos del gobierno de los sóviets, y aprovechando una pausa, los custodios del Palacio de Táurida cerraron herméticamente las puertas y dispusieron ante ella algo de artillería. Ya no iba a sesionar más la Asamblea Constituyente.
AGRESIÓN INTERMINABLE Y REVOLUCIÓN
El 5 de enero, día en que inicia sus trabajos la Asamblea Constituyente, el general Hoffman exige que Polonia, Lituania, la Rusia Blanca y la mitad de Letonia permanezcan bajo ocupación alemana, y una respuesta en el plazo de diez días.
El naciente régimen soviético se enfrenta, ahora sí, a la disyuntiva de no firmar la paz con los Imperios Centrales y continuar la guerra, en este caso revolucionaria, o de firmarla a toda costa. Esta situación resquebraja no sólo al partido bolchevique, sino también la complicada relación que estos tenían con los socialistas revolucionarios de izquierda. Las resoluciones y votaciones se suceden una tras otra durante el mes de enero e incumben a la totalidad de partidos que no han sido declarados contrarrevolucionarios y a las diferentes esferas del poder soviético. Así ocurre por ejemplo durante el III Congreso de los Sóviets de Todas las Rusias, celebrado entre el 10 y el 18 de enero. El 12 de enero Trotski presenta el informe sobre el estado de las negociaciones y se encuentra con que la mayoría de los delegados están por la continuación de la guerra… revolucionaria. El 14 regresa a Brest-Litovsk y arranca un armisticio… que los austro-alemanes van a incumplir posteriormente.
Pero la Cuádruple Alianza se enfrenta “en casa” a una oleada huelguista que da lugar a los primeros consejos. Los bolcheviques, internacionalistas intransigentes, lo habían fiado todo a la extensión de la revolución en países como Alemania... Y todavía lo seguirán haciendo. Al norte, en Finlandia, los dirigentes del SPD encienden la lámpara roja en la torre del Sala Obrera de Helsinki el 26, iniciándose la insurrección.
Ese día los revolucionarios toman el poder en Kiev, momento que aprovecha el jefe de la rada, Pletiura, para firmar la paz con los Imperios Centrales comprometiéndose a proveer al ejército de ocupación. Al Oeste, la Besarabia es ocupada por los rumanos.
EL PROBLEMA DE LA DEUDA
Víctor Serge señala en El año I de la Revolución Rusa que La suma total de la deuda era igual a las dos terceras partes de la riqueza nacional. Sólo recurriendo a medidas revolucionarias podía evitarse la bancarrota y la esclavitud económica. De haberse llevado a cabo arreglos con los acreedores extranjeros, hubiera quedado seguramente agravada la situación colonial de Rusia. Así pues, tres meses después de la insurrección proletaria, el Consejo de Comisarios del Pueblo decretó la anulación de las deudas del Estado, y con ella, la confiscación de los capitales constituidos por acciones de los bancos y los empréstitos del Estado contraídos en el extranjero. Los Aliados, los mismos que una y otra vez se negaron a responder a los requerimientos del gobierno soviético para que se entablasen negociaciones de paz general, los mismos que bajo cuerda daban cobertura a la reacción de los Dujonin y Cía., enviaban oficiales y dinero a la rada y apoyaban la intervención rumana en Besarabia, esos “Aliados”, amenazaron el 31 de enero al gobierno de los sóviets con una nota en la que declaraban que no reconocían los decretos sobre la anulación de las deudas, lo que implicaba que de una u otra forma, obligarían a la República Socialista Federativa Soviética de Rusia a pagar.
DECRETOS CON FECHA DE 1 DE ENERO A 31 DE ENERO
Difícil enero de 1918. La hambruna hace estragos aupada a lomos de la disgregación del país, la autonomía local llega a su paroxismo, la desorganización coadyuva la proliferación del mercado negro y el fraude, los soldados-campesinos, en su huida del frente, abandonan sus pertrechos, la iglesia ortodoxa clama contra la obra legislativa y ejecutiva de la República. Pero la labor del Consejo de Comisarios, que es la labor del Congreso de los Sóviets, avanza imparable.
Se aprueban, entre otros decretos, el de la Declaración de Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado y la creación de la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR), asimismo se creaba el Ejército Rojo, el 15 de enero, el relativo al matrimonio civil y el divorcio y la separación de la iglesia y el Estado el publicados el 20 de enero, el 21 el de anulación de todas las deudas (exterior e interior) de Rusia.
El 31 de enero va a ser el último del calendario que se ha seguido hasta ahora, que es el juliano. Por decisión del Consejo de Comisarios del Pueblo la RSFSR se va a regir, a partir de ese momento, por el calendario gregoriano de tal forma que el día que seguirá al 31 de enero se convertirá en el 14 de febrero.
Salvar la revolución, ganar tiempo (Lenin)
El 18 de febrero -fecha que se toma del Trotski. Revolucionario sin fronteras de Jean-Jaques Marie- los Imperios Centrales lanzan su ofensiva en todo el frente. Ésta progresa rápidamente en apenas unas horas mientras en el Comité Central del Partido Bolchevique se debate y vota qué hacer, y el 19 bolcheviques y socialistas revolucionarios de izquierda acuerdan la creación de un comité ejecutivo común para encarar esa difícil situación. El gobierno soviético se pondrá finalmente en contacto con los alemanes para concertar la paz. El 22 el gobierno alemán responde con exigencias del tipo desmovilización del ejército ruso y evacuación de Ucrania y Finlandia. Esto provoca nuevas vacilaciones.
El 24, con el acuerdo de los siempre reacios eseristas de izquierda, se envía un despacho de aceptación de las condiciones de paz alemanas… El gobierno implosiona. El 25 Trotski dimite del Comisariado de Asuntos Exteriores -aunque no da a conocer su decisión hasta después de firmada efectivamente la paz por la delegación soviética- y con él seis comisarios del pueblo.
El 3 de marzo se firma la paz, que es confirmada por poco por el Comité Ejecutivo Central de los Soviets el 15. Entre el 14 y el 16 de marzo sesiona el IV Congreso de los Soviets de Todas las Rusias. Con el ambiente caldeado, se ratifica el tratado, al que se oponen con virulencia los SR de izquierdas, que abandonan el gobierno si bien permanecen en el su Comité Ejecutivo y el la Tcheka.
Es el desastre. El Partido Comunista (Bolchevique) se ha escindido en los hechos, los SR de izquierda rompen su alianza con los bolcheviques, los máximos órganos del poder soviético están divididos y paralizados, la República Soviética tocada, por la firma de una paz que le amputa vastas extensiones de terreno y todo lo que ello conlleva.
LA GUERRA CIVIL EN EL HORIZONTE CERCANO
El 9 de marzo los ingleses desembarcan en Murmansk con el ojo puesto, tanto en obstaculizar la posibilidad de que los austro-alemanes trasladen efectivos al frente occidental y amplíen su área de influencia a Finlandia, en la que habían desembarcado el 5, como en el de presionar a la República de los Soviets. Las autoridades soviéticas colaborarán con ellos, lo que alivia la presión alemana. Precisamente en Finlandia, y con esa ayuda alemana, se desencadena la reacción de los blancos fineses contra los revolucionarios socialdemócratas.
Tras su espectacular derrota en Rybnitza a manos del minúsculo ejército rojo de Muraviev, los rumanos firman la paz el 8 de marzo y renuncian formalmente a la Besarabia. Los focos contrarrevolucionarios del Don, Crimea y Kuban son sofocados. Pero el avance alemán continua inexorable haciendo imposible la estabilización del frente. El 14 de marzo ocupan Chernigov, el 16 Kiev, el 30 Poltava. Los austríacos ocupan Odesa el 13. El 19 de marzo los Aliados declaran que no reconocen la paz de Brest-Litovsk.
DECRETOS CON FECHA DE 31 DE ENERO A 19 DE MARZO
Entre otros decretos, entre febrero y marzo se publican, el 19 de febrero, el de socialización de la tierra, obra del ejecutivo pan-ruso, que desarrollaba el de 26 de octubre (según el calendario juliano) de 1917 y, el 22, el decreto del Consejo de Comisarios La patria socialista está en peligro, llamamiento dramático a la movilización general para hacer frente al avance espectacular del ejército alemán luego de la reanudación de su ofensiva el 18.
¿EPÍLOGO?
Cuatro meses… En medio de una conflagración interimperialista, la primera del siglo XX, puesta contra la pared por la ocupación alemana, acosada en el interior por la más negra reacción, boicoteada económicamente por el dependiente capital ruso, en un contexto de atraso heredado del zarismo, a la espera de la ayuda del proletariado de otros países, sobre todo Alemania… En esas condiciones, que se hace muy difícil poder imaginar si no se han vivido, los órganos ejecutivos de la República soviética intentaron poner en práctica la obra legislativa más avanzada, todavía hoy, de la Historia de la Humanidad.
Labor gubernativa imposible de entender sin tres factores al menos. La entrada en acción de las masas explotadas y oprimidas, que en su propio movimiento emprenden un proceso revolucionario, la existencia de un partido que dio expresión consciente a ese torrente y la inquebrantable confianza en que el proceso revolucionario no se circunscribía a frontera alguna.
Los decretos emanados del poder soviético fueron la herramienta de la trasformación social a la que aspiraba la mayoría social del otrora imperio de los zares. Hizo converger los intereses del proletariado -vale la pena recordar que la Revolución Rusa fue la primera revolución proletaria victoriosa- y de su aliado el campesinado; espoleó la ingente energía creadora que proporciona la liberación de la opresión, también la nacional; sirvió como fuerza centrípeta, materialización de la tendencia hacia la unidad de la clase obrera internacional y su búsqueda activa e incesante de la revolución socialista en todo el mundo.
La respuesta a la pregunta de si esta obra es de actualidad o no es en cierta forma superflua y, sin embargo, hay que volver una y otra vez sobre ello. A la centralidad del papel de los asalariados, y de la organización, hasta la más elemental, en este mundo capitalista maloliente y putrefacto que avoca a la humanidad al cataclismo. A la inextricable fusión entre el movimiento por la liberación y su expresión consciente. A la lealtad de clase de los ejecutores de las exigencias de las masas, pero también a la ineludible participación de las mismas en la obra trasformadora.
El trabajo gubernamental realizado por los órganos de poder soviético en esos cuatro primeros meses tras Octubre demuestra además que es posible, que no es una utopía, que ellos y ellas se atrevieron y que, sin duda, los y las habrá que se atrevan en el futuro.
BREVE RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Para la realización de este artículo se han consultado varios tipos -y en diferentes formatos- de fuentes. Entre las mismas se encuentran:
La fundamental Historia de la Revolución Rusa de Trotski, los tomos XXVIII y XXIX de las Obras Completas de Lenin disponibles en el portal “Marxists Internet Archive”, y las obras de Anatoli Lunacharski Semblanzas de Revolucionarios, de Jean-Jacques Marie Trotski. Revolucionario sin fronteras y Stalin, de Pierre Broué El Partido Bolchevique y de Víctor Serge El año I de la Revolución Rusa.
Los artículos de “La Verdad. Revista teórica de la IV Internacional” Interrogantes ante el 85 aniversario de la Revolución de Octubre y Actualidad de la Revolución de Octubre.
Los publicados en la web Dialnet Lenin y la Asamblea Constituyente y El Derecho de Familia en la Unión Soviética. Y, también en la red, el de Tom Ryan The Bolshevik Revolution (October 1917-March 1918), sobre todo para los aspectos cronológicos, y el de Eric Blanc La revolución finlandesa publicado en “Viento Sur”.
Se han realizado numerosas búsquedas en internet para complementar datos. Entre otras, se han visitado las webs “Wikipedia”, “cinesovietico.com” e “istmat.info”.
Kollontai: Feminista y Socialista
“Aunque mi corazón no aguante la pena de perder el amor de Kollontai, tengo otras tareas en la vida más importantes que la felicidad familiar. Quiero luchar por la liberación de la clase obrera, por los derechos de las mujeres, por el pueblo ruso”.
Es la carta que Alejandra Kollontai le escribe a su amiga Zoia desde el tren que la aleja de su noble y rica familia rusa, de su marido -su primo, ingeniero joven -, y sin fortuna con el que se había casado por amor, y de su hijo, rumbo a Zurich, para proseguir sus estudios marxistas en la universidad de la ciudad suiza.
Kollontai había nacido en 1.872, cuando inicia ese primer viaje tenía 26 años. Ya no pararía, de vuelta a San Petersburgo ingresó en el partido socialdemócrata, en la facción menchevique, ilegal en aquellos momentos.
Kollontai trabajaría como escritora y propagandista a favor de la clase obrera, pero también ella comprobó el poco interés del partido por la liberación de las mujeres; así, que asumió la doble misión que marcaría su vida: luchar contra el potente movimiento feminista de su época, y al mismo tiempo contra la indiferencia de la clase obrera y sus dirigentes por la opresión específica de las mujeres.
Abrió en 1907 el primer Círculo de Obreras; al año siguiente tuvo que huir de Rusia. Hasta 1917 vive exiliada en Europa y Estados Unidos, cuando regresa a su país forma parte del primer gobierno de Lenin como comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública. Tres años después, se une a la Oposición Obrera, mostrando así sus discrepancias con la Nueva Política Económica de Lenin. A partir de 1922 es enviada a la delegación diplomática de Oslo. Desde entonces no deja de recorrer embajadas.
Alexandra Kollontai murió en 1952, y unos años antes llegó a ser candidata al Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para poner fin al guerra ruso-finlandesa.
Lo más significativo de su discurso fue hacer suya la idea de Marx de que para construir un mundo mejor, además de cambiar la economía tenía que surgir un hombre nuevo. Así defendió el amor libre, igual salario para las mujeres, legalización del aborto y la socialización del trabajo doméstico y del cuidado de los niños, pero sobre todo, señaló la necesidad de cambiar la vida íntima y sexual de las mujeres. Para ella, era necesaria la mujer nueva que, además de independiente desde el punto de vista económico, también tenía que serlo psicológica y sentimentalmente.
Kollontai puso en un primer plano teórico la igualdad sexual y mostró su interrelación con el triunfo de la revolución socialista. Pero también fue ella misma, ministra durante sólo seis meses en el primer gobierno de Lenin, quien dio la voz de alarma sobre el rumbo preocupante que iba tomando la revolución feminista en la Unión Soviética. La igualdad de los sexos se había establecido por decreto pero no se tomaban medidas específicas.
Por estas razones, como señala Ana de Miguel, Alejandra Kollontai fue quien articuló de forma más racional y sistemática feminismo y marxismo. Porque Kollontai no se limitó a incluir a la mujer en la revolución socialista, sino que definió qué tipo de relación necesitaban las mujeres. Para ella, con abolir la propiedad privada y que las mujeres se incorporaran al trabajo fuera de casa no era suficiente ni mucho menos.
La revolución que necesitaban las mujeres era la de la vida cotidiana, de las costumbres, y, sobre todo de las relaciones entre los sexos. Para ella no tiene sentido hablar de un aplazamiento de la revolución, y esto lo defendió y peleó de manera rotunda. Con estas ideas, claro está, tuvo muchos enfrentamientos con sus camaradas varones que negaban la necesidad de una lucha específica de las mujeres.
"Las condiciones y las formas de producción han subyugado a las mujeres durante toda la historia de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posición de opresión y dependencia"
Como anécdota cabe citar que, en el local donde se iba a celebrar la primera asamblea de mujeres que Kollontai convocó, apareció el siguiente cartel: La asamblea sólo para mujeres se suspende, mañana asamblea sólo para hombres.